La Argentina peronista obtuvo grandes logros históricos y, por supuesto (como todos los gobiernos) tuvo características cuestionables. Pero si hubo en él una protagonista transparente, esa fue Eva. Fanática, convencida, inteligente, emprendedora, carismática y visceral. Podría haber elegido conservar su lugar cerca de Perón, cumpliendo su rol de primera dama, sin sacrificios ni disgustos, pero eligió actuar sobre una realidad que a ella le había tocado sufrir y no quería para su pueblo. Si gastó su vida quitándole horas al sueño y a los afectos por atender a “sus grasitas” no fue por interesada demagogia sino porque quería revertir injusticias atendiendo cada caso en particular y personalmente. Una meta tan admirable como imposible. Podemos discutir y evaluar si la utilización de recursos fue excesiva, si el enfrentamiento a los adversarios políticos fue antidemocrático, si el beneficio del sector trabajador y humilde por sobre los demás fue desmedido, pero no puede cuestionarse que Evita se ganó con creces el amor de sus descamisados -que se contaban por millones- dándolo todo, con las herramientas económicas, políticas y humanas que tenía. No tuvo cátedra, tuvo corazón.