jueves, 8 de agosto de 2013
JORGE CAFRUNE CUMPLIRÍA 76 AÑOS
El 8 de agosto de 1937 nació en la provincia de Jujuy el cantor criollo Jorge Cafrune. Reconocido por una potente voz, era una figura cautivante para el público folclórico que lo seguía en festivales por todo el país. Interpretaba un amplio repertorio que incluía canciones tradicionales con otras de denuncia social. Falleció en un accidente de tránsito en febrero de 1978. Su recuerdo, en tramos de un reportaje de la revista Folklorede 1965 reproducido por la La Maga treinta años después.
“’Principio quieren las cosas…’, dice Martín Fierro. La vida de Jorge Cafrune debe empezar por el principio, es decir por su nacimiento. Pero dejemos que él mismo nos cuente…
‘Yo nací el 8 de agosto de 1937 en El Sunchal, un lugar del departamento de Perico del Carmen, a 27 kilómetros de la ciudad de San Salvador de Jujuy, en una finca llamada Villa Matilde, propiedad de mi padre José Cafrune. Y mi madre es Matilde Herrera. Allí viví hasta los trece años y estudié hasta el segundo grado en la escuela donada por mi padre en la misma finca. Sembrábamos tabaco Virginia. Mi padre se hizo trabajando y yo me formé a su lado conociendo absolutamente todo de lo que son en Jujuy tareas de campo.
‘Lo que más me gustaba era arar. De niño soñaba con esto. Me sé mantener bastante bien a caballo, he domado y me perfeccioné como jinete en el servicio militar, en el Regimiento II de Montaña. Siempre he sido de a caballo, siempre me gustaron los caballos… el primero que tuve se llamó El Indio, un moro, cruza de árabe y criollo, magnífico animal. Tengo premios que mi padre ganó con ese caballo, en carreras de sortijas… era un animal muy rico en las riendas, muy respetado en la zona, muy blando de boca. Cuando papá, hijo de sirio-libaneses, entraba en los boliches, hacía entrar también al moro hasta el mostrador… era un caballo muy noble. Mi padre fue y es hombre de campo. Por eso comparo yo al criollo con el árabe, y no es que uno se vaya al campo por querer ir, sino porque realmente yo lo siento.
(…)
-¿ Cómo se inició usted cantando?
-Cuando yo tenía diez años, mi padre, a quien llamaban el Turco Cafrune, había comprado una hermosa guitarra que, con método y todo, le había costado veinticinco pesos. Él cantaba bagualas. La guitarra solía quedar arriba de una mesa grande. Mi papá hacía por aprender… pero su trabajo rudo no era para eso. El hombre que toca la guitarra es, por lo general, el que tiene un trabajo liviano de campo. El trabajo rudo le pondría las manos duras para el encordado. Yo pasaba al lado de la guitarra y le acariciaba las cuerdas. Él no nos permitía tocarla aún, por miedo de que se la rompiéramos. Un día, en un descuido, la rajaron de un golpe. La hicieron arreglar y se la vendieron a un capataz. Yo fui a Jujuy a estudiar secundario y cuando cumplí diecisiete años mi padre me regaló una guitarra marca Tango, marcada en la cabeza. Con el estuche y todo le costó cincuenta y cinco pesos que entonces era plata. Era preciosa. Mis primeros profesores fueron la señorita Facio y, sobre todo, el famoso Burro Lamadrid, el querido, extraordinario e inteligente guitarrista, a quien admiran hasta hombres como Eduardo Falú. Aprendí mucho viendo. Don Nicolás Lamadrid no quería enseñarme a rasguear antes de saber mover los dedos. Pero yo lo veía encandilado… y lo escuchaba con embeleso. En un Carnaval de entonces me encontré con el changuito Bustamante, que ahora está en Buenos Aires, y con Carlos Chumacero. Formamos un trío, allá por 1956, para los corsos de Villa Gorriti. Cantaba Chumacero, punteaba Bustamante y yo acompañaba. Sabía bastante poco entonces. Trío más desparejo no debe haber habido. Así fue mi inicio. Por entonces canté en el Colegio del Salvador una chacarera que era mi punto fuerte, mi pieza brava, la Chakay Manta… Después conocí a Luis Valdez, quien quería formar un conjunto. Al tercer día de reunimos, fuimos a HyR, el sello grabador que iba directamente al acetato y grabamos un disco para llevarlo a mis viejos a Jujuy. Así nació Las Voces del Huayra… Todavía conservo el disco que grabamos para mis padres con Serenata riojana de un lado y Noche, noche… del otro. Poco más tarde nos contrató Ariel Ramírez para el Salón Dorado de Mar del Plata. Fue un éxito. Ariel se lo puede contar.
‘Era en 1959. Tres meses anduve con Los Cantores del Alba. No sé dónde nos peleamos con los muchachos y decidí mandarme mudar… Me fui a Salta… Pasé la fiesta con mis padres, luego caí a Buenos Aires y me encontré con que Jaime Dávalos estaba en la Capital, con un espacio de televisión. Lo fui a ver, lo saludé, fuimos a comer juntos y le pregunté qué iba a hacer. ‘Me voy a Cosquín’, me dijo. Yo no tenía noticia de aquéllo. ‘¿Qué es Cosquín?’, le pregunté. ‘Hay un festival. ¿Por qué no vas?’ Jaime salió a las siete de la tarde y yo tomé el ómnibus de las ocho. Jaime había quedado en presentarme gente allá. En Cosquín me encontré con los Hermanos Albarracín, admirables artistas a quienes yo había conocido en mis giras, en La Rioja. Es inconcebible que no haya una grabadora en la que puedan grabar un long-play. Nos fuimos a la confitería La Europea y me puse a cantar. Me escuchó el doctor Widner y me oyeron unas señoritas muy gentiles, con las que conservo amistad; mis verdaderas madrinas. Me invitaron al II Festival de Cosquín. Lo demás, es cosa sabida… Aquello fue en enero de 1962…
(…)
-¿Cuál es el más reciente long-play que ha grabado, Cafrune?
-Bueno, ya se ha hecho pública la noticia y por cierto que ha interesado mucho. Es: El Chacho: vida y muerte de un caudillo, un disco que proyectó y produjo artísticamente el poeta León Benarós. La idea nació hace casi un año. Benarós la expuso en Cosquín a Hernán Figueroa Reyes, asesor folclórico de Columbia, que estaba también en el Festival, siempre en busca de valores nuevos. El autor de Romancero argentino me propuso como intérprete. Hernán se entusiasmó y yo también. León Benarós trabajó desde entonces, madurando el tema, que, por supuesto, ya conocía bien. Yo mismo he leído sus extensos y bien documentados prólogos a El Chacho y los Montoneros, por Eduardo Gutiérrez, obras que publicó la editorial Hachette en su colección El Pasado Argentino, con muy interesantes estudios preliminares de Benarós. El poeta escribió entonces la totalidad de las letras de las canciones y llamó luego a los músicos que le parecían adecuados para el carácter de las composiciones respectivas. Esos músicos fueron nada menos que Carlos Guastavino, Eduardo Falú, Adolfo Ábalos y dos hombres jóvenes, pero ya valiosos: Carlos Di Fulvio y el riojano Ramón Navarro.”
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