Cementerio Mayor de Milán. Ni siquiera una placa recuerda al morador de la tumba 422.000. Está
registrado como Jorge Eduardo Leguizamón Vidal, un ciudadano paraguayo nacido en la década del ´30 y fallecido el 2 de diciembre de 1999 en el Hospital San Paolo, donde estuvo internado tras haber permanecido encarcelado un par de años por un intento de asalto en esa ciudad italiana.
Ese nombre no era el real, y en la causa judicial se pudo llegar a comprobar que quien había sido enterrado en ese lugar era alguien que había utilizado un pasaporte falso. Se trataba, en rigor, de un argentino llamado Jorge Eduardo Villarino, alias "El Rey de la Fuga".
Fue el final de uno de los delincuentes más famosos de la historia penal argentina, el hombre al que todos temían al promediar el siglo XX. Villarino fue el dueño del apellido que más veces se publicó en las páginas policiales de todos los diarios del país.
Nació el 19 de junio de 1931 en San Telmo. Sus padres eran Jesús Villarino e Inés Guimarei y tenía cinco hermanos, dos varones y tres mujeres. Ninguno de sus familiares tuvo la más mínima vinculación con el mundo del hampa, sólo él.
Don Jesús tenía un puesto en el Mercado y los muchachos repartían el tiempo entre el estudio y el trabajo en el negocio familiar.
Pero Jorge, desde muy chico, quiso ganar la plata fácil. Su primera actividad fue el contrabando, según él mismo confesaría en una entrevista que le realizaron cuando ya era un legendario delincuente.
El padre le había comprado un camioncito de reparto, con el que llevaba mercadería al Puerto, pero al regresar lo usaba para ingresar cigarrillos y whisky de contrabando. Pero fue más allá y comenzó a cometer robos a mano armada. En total, y en muy poco tiempo, cometió 14 asaltos, lo que lo hizo muy conocido en el mundo del delito. Por entonces, cuando aún no había terminado la década del ´50, le decían "El Intelectual del Hampa" o "El Rey del Boleto".
Esos robos planeados hasta el más mínimo detalle, lo hicieron famoso, pero también lo llevaron a la cárcel. En 1958 cayó preso y lo mandaron al complejo carcelario de Villa Devoto, de donde se escapó y comenzó a tejer el mito del hombre que podía fugarse de cualquier lado, que no había rejas o barrotes que lo detuvieran.
La huida, según las crónicas de entonces, fue por los techos del penal y descolgándose de los muros con sogas construidas con trozos de sábanas.
La libertad le duró poco, unos cuarenta días después cayó nuevamente preso. Y los diarios informaron cómo había sido atrapado el delincuente Villarino. Pero tiempo después sería nuevamente noticia: en mayo de 1960 se escapó de la Cárcel de Caseros. Aparentemente, esa fuga no fue tan cinematográfica como la anterior: sólo le pagó una coima a los guardiacárceles.
Villarino fue rápidamente capturado por una comisión de la Federal que comandaba el legendario comisario Evaristo Meneses. Es más, había sido ese célebre comisario el que lo había llevado a prisión por la seguidilla de asaltos.
Meses después, Villarino volvería a ser noticia. Se escaparía por tercera vez, pero en esta oportunidad de la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, en Palermo. Su vida siguió con una fuga a Brasil, donde finalmente lo atraparon y lo enviaron a la Argentina. Aquí lo condenaron a 20 años de cárcel por las fugas y los asaltos.
En prisión, el delincuente tuvo un cambio importante. En rigor, dejó por un tiempo los asaltos y se mudó a otra rama del delito: el narcotráfico. En la cárcel conoció a Francois Chiappe, un mafioso europeo que lo introdujo en su organización. En noviembre de 1976, en plena dictadura, Villarino tuvo un beneficio y fue liberado. Se marchó a Europa y trabajó para la mafia.
Pero volvería a prisión, en España.
En 1986 fue condenado a 26 años de cárcel por asesinar a un policía en un asalto en una joyería de la ciudad de Valencia. Y, aunque parezca increíble, en marzo de 1997 fue excarcelado. Era un hombre grande, pero que no conocía otra forma de vida más que la del delito.
Ese fue el momento en el que, el más famoso asaltante argentino decidió regresar a Buenos Aires. Poco a poco, comenzó a formar una banda para traficar drogas a Europa, lo que fue detectado y se abrió una causa penal que manejó el juez federal Canicoba Corral. En las escuchas telefónicas, quedó registrando dando órdenes para enviar un cargamento.
Pero Villarino seguía siendo el Rey de la Fuga. Cuando le dictaron la orden de captura, el viejo pistolero escapó con nombre falso y disfrazado a Uruguay y, desde allí, voló a Italia.
Sin dinero y con su familia en Francia, armó una banda para cometer un asalto en Milán. Pero los agentes de la Policía Federal que descubrieron el nombre que usó para fugar del país, le habían avisado a sus pares italianos sobre la presencia del ex convicto. Cuando estaba por cometer el atraco en el Instituto Bancario Cariplo los Carabineros lo estaban esperando. Fue la última jugada de Villarino, la que lo llevó definitivamente a prisión, y de la que saldría, enfermo de cáncer, en 1999 para morir en un hospital.
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