Marcos o Marquitos Zucker era un tipo de bien, es más era un tipo piola, gentil, cariñoso y muy generoso. Era un hombre sensible.
También fue un gran actor cómico que supo compartir cartel con Alberto Olmedo, el `Gordo` Porcel, Fidel Pintos, Juan Carlos Altavista y tantos otros. Y, además de hacer reir, era un burrero de ley.
Tan de ley era que nunca o casi nunca faltaba a las reuniones de Palermo allá por la década del 60 o 70. Se lo veía en la confitería París de la Tribuna Paddock.
Allí, con un grupo grande de amigos, Marquitos se pasaba las tardes palermitanas tratando de acertar un caballo caro.
No era para nada fierrero. Le gustaban los caballos que pagaban mucho. "Yo quiero hacer plata", decía cuando le preguntaban por qué jugaba a esos caballos.
Era amigo de varios jinetes -Eduardo Jara, Vilmar Sanguinetti y Oreste Consenza, entre otros- y de varios cuidadores, entre ellos Julio Pena, Juan Lapistoy y Juan Alberto Maldotti.
Y siempre, o casi siempre, andaba con una fija para jugar fuerte. "Este no puede perder", decía y se reía a carcajadas.
Burrero de ley, Marquitos tenía una gran pasión por el turf.
Uno de sus hijos desapareció bajo la dictadura militar. Esa tragedia lo golpeó como nada en la vida. Marquitos, según contaba el negro Olmedo, lloraba por los rincones.
Pero ni eso pudo detener la pasión por los burros. Iba a Palermo como si se tratara de una religión. Una tarde de domingo de 1977, Marquitos tenía una fija. Y le gustaba hablar en voz alta de la fija que tenía. Hablaba y se reía, todo al mismo tiempo.
A su lado estaba un amigo que escuchó la siguiente frase. "Tomá estos 500 pesos y jugáselos al número 5". El amigo, cuando miró lo que pagaba, enmudeció. ¿Te parece, Marquitos? Y Marquitos dijo: "Vos andá y traeme los boletos".
El amigo salió hacia las ventanillas, sacó los boletos y volvió. Marquitos se metió los boletos en el bolsillo. Faltaban como diez minutos para largar la carrera. El caballo de Marquitos daba como 15 pesos.
“No, querido, los boletos
no se cambian”
En un momento sacó los boletos del bolsillo, los miró y buscó al amigo. "Che, que me hiciste? Yo te dije el 5 y acá tengo boletos del 6 ". El amigo comprobó que era cierto y le dijo que los iba a cambiar. "No, querido, los boletos no se cambian nunca", dijo Marquitos con seguridad. Y no los cambió.
Y entonces miró la pizarra de los boletos. El 6 pagaba 50
pesos. Se sacó el sudor de la frente y se cubrió con 100 pesos al 5, que pagaba 11 pesos.
Había jugado dos caballos, en donde uno de ellos era un bagallo total. Se sentó en la mesa, pidió café y esperó la campana de largada. El caballo se llamaba Enredado y lo corría Carlitos Pezoa.
En La París, por aquellos años, se almorzaba con buen vino y todos los chiches. Marquitos, de los nervios, tomó un vaso de vino al escuchar la campana. Largaron. Por los parlantes anunciaban que el 5 venía con dos cuerpos de ventaja. Así entró a la recta, en donde por atrás apareció el 6.
En los 350 metros finales el 5 venía con tres cuerpos de ventaja sobre el 6, que atropellaba con todo. En los últimos 100 metros el 5 seguía con un cuerpo adelante, mientras que el 6 se jugó el resto. Cruzaron el disco en una misma línea. Unos gritaban al 5 y Marquitos solo gritaba al 6. No había jugado la llave. De locos.
Hubo bandera verde y los minutos parecían siglos. Al rato vino el veredicto. Ventaja mínima a favor del 6. Marquitos se agarró el corazón, gritó con alma y vida y salió corriendo hacia la redonda.
El caballo había pagado 52 pesos y él tenía 500 pesos a ganador. Más de 25 mil pesos para Marquitos. ¿Se imagina? Con la cara roja de tanto gritar, Marquitos se vino hacia la confitería París. Y allí el festejo, la locura, el brindis, todo en una suerte de orgasmo burrero. "Me perdí la llave", dijo en un momento. La llave había dado algo así como 230 pesos. Mala suerte, no la jugó. Pero al menos su sentencia había sido cumplida. "No, los boletos no se cambian". Y por eso acertó ese caballo. El festejo duró hasta entrada la noche. Marquitos tiraba billetes de cien a los secos, a aquellos que él sabía que estaban pelados. Generoso en las buenas y en las malas, Marquitos Zucker vivió esa tarde una jornada de gloria. Repartía a dos manos y todos se fueron con plata. Marquitos, al final, tomó un taxi hacia su casa. Era un burrero que sabía que "la plata va y viene". Así vivió, así murió Marquitos Zucker, un hombre sensible.
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