La comida dice mucho sobre la geografía, la época y la cultura de los lugares donde fueron creadas y consumidas. Todos los platos tienen una historia detrás, a veces casual, a veces deliberada y en la mayoría de los casos, insólita.
Por ejemplo, ¿alguna vez te pusiste a pensar por qué la mayoría de las facturas que compramos habitualmente en la panadería tienen los nombres que tienen? ¿A quién se le ocurrió bautizarlas "vigilante", "bola de fraile" o "cañoncito"?
Semejantes nombres no podían ser casuales y tienen un por qué. Resulta que alrededor de 1888 los panaderos tenían un sindicato organizado por el anarquista Enrico Ferrer y resultaron una huelga que duró más de diez días.
Además de dejar de trabajar por casi dos semanas, los panaderos decidieron combatir a través de los nombres de sus facturas. Así, los obreros panaderos anarquistas protestaron a través de sus creaciones.
Sacramentos: similares a las medialunas, ideales para rellenar con jamón y queso, su nombre es una crítica a la Iglesia.
Bolas de fraile: rellenas de dulce de leche o crema pastelera, los panaderos de 1888 les pusieron ese nombre para ironizar sobre la iglesia.
Bombas: su nombre directamente se burla del ejército. Son los clásicos profiteroles, rellenos de crema o dulce.
Cañoncitos: con pastelera o dulce de leche, espolvoreados con azúcar impalpable, el nombre hace alusión también al ejército.
Vigilantes: su nombre es una burla a la fuerza policial. Junto con las medialunas, son una de las facturas más simples, clásicas y ricas.
El sindicalista Enrico Ferrer había nacido en 1853 y era un anarquista fugado de Italia. Llegó a Argentina en 1887 y colaboró en la formación de sindicatos.
Así que ya ves, gastronomía, historia y cultura, van de la mano y cuando te sientes frente a un palto, pensá que detrás de él hay mucho más que una mezcla sabrosa de ingredientes.
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