“Me está llegando la hora”, fueron sus últimas palabras, según relataron los médicos que la asistieron. Dueña de un acento arrabalero inconfundible, que le valió un lugar destacado en el universo del tango, Tita, que jamás renegó de sus orígenes humildes, brilló en el cine y el teatro entre 1930 y 1970, para convertirse luego en una figura pública consular, vastamente reconocida.
El jefe del Instituto de Cardiología de la Fundación Favaloro, Eduardo Gabe, dijo que llegó al final sin ninguna enfermedad importante. “Estaba un poco deprimida, propio de la edad, pero estaba bien y no había ningún problema que no fuese su edad”, señaló. Tita pasó sus últimos momentos “acompañada por una señora” que cumplía el rol de “una dama de compañía”. La actriz vivía en la Fundación desde 1997, tras un ofrecimiento del fallecido cardiocirujano René Favaloro, que le hizo comprender que por su edad necesitaba de atención permanente de médicos. El suicidio de Favoloro, hace dos años, fue un golpe muy duro para su ánimo. Pero hasta entonces, llevaba una vida activa y hasta solía hablar por radio, como columnista invitada de un programa matutino.
Para convertirse en una de las estrellas más grandes de la historia del espectáculo argentino, con una amplia filmografía y un paso sustancial por los teatros, Tita remontó las marcas de un origen humilde, que nunca olvidó. Había nacido el 11 de octubre de 1904 en una casa de Balcarce y San Lorenzo, en San Telmo. Hijo de una planchadora y un cochero, trabajó como doméstica en Montevideo, fue recluida luego en un asilo de campo de Magdalena, a unos 70 kilómetros de su ciudad natal. Allí empezó la cruda realidad de las privaciones, que se extendieron por muchos años. Volvió siendo adolescente y casi sin saber leer ni escribir. Se dedicó al mundo del espectáculo, contaría después, porque le bastaba con su figura. Tuvo, solía contar, en la intimidad, un solo gran amor, pero ese hombre estaba casado con otra. Era el famoso actor Luis Sandrini, que jamás se separó de su esposa legal. Merello tuvo durante años una silla vacía en el living de su casa, reservada para el día en que en ella viviera el hombre al que amaba.
Su debut fue en la compañía de Rosita Rodrigo en el Teatro Avenida, con la obra Las vírgenes de Teresa. Pasó por el teatro El Porteño en 1920 y siete años más tarde llegó al Maipo. Fue de la comedia al drama (La propia estimación, de Benavente, El lazo, de Claudio Martínez Payva, Santa María del Buen Ayre, de Enrique Larreta o La tigra, de Florencio Sánchez) y brilló. Cantó en la orquesta de Francisco Canaro y en 1929 grabó su primer disco con los tangos “Qué careta” y “Sos una fiera”. Después de protagonizar la obra Mujeres, flores y alegrías, debutó en cine en 1933, con Tango, de Luis Moglia Barth, primer film sonoro de la Argentina. “Yo quiero un hombre” cantó Tita en un escenario que mostraba como limitada escenografía un conventillo. Allí pegó fuerte y la fama empezó a llegarle.
En México filmó Cinco rostros de mujer (Gilberto Martínez Solares, 1947) junto a Arturo de Córdova. A su regreso protagonizó un enorme éxito teatral, Filomena Marturano, de Eduardo de Filippo, cuya versión cinematográfica la tuvo como lógica protagonista. En los años ‘50 y ‘60 se sucedieron éxito tras éxito: Arrabalera, de Tulio Demichelli, la célebre Los isleros, junto a Arturo García Buhr, Guacho y Mercado de Abasto, junto a Pepe Arias, todas de Lucas Demare. Directores de distintas formaciones y búsquedas a través de sus films la requirieron. Leopoldo Torre Nilsson la convenciópara el protagónico de Para vestir santos, Hugo del Carril para interpretar La morocha y Amorina y Enrique Carreras para Las hipócritas y Las barras bravas.
Tita también les puso firma a letras de tangos como “Llamarada pasional”, que llevó música de Héctor Stamponi, y “Decime Dios dónde estás”, junto a Manuel Sucher. Y escribió un libro: La calle y yo. En televisión fue una figura referencial permanente mientras estuvo activa, e incluso tuvo un programa propio y manejó en otro un correo sentimental. En 1996 recibió el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, que donó a dos hospitales. Un año después el cardiocirujano René Favaloro le ofreció quedarse a vivir en la Fundación. Ella aceptó, diciendo que se iba a casa de un amigo. En su último reportaje televisivo llevó en su mano un crucifijo, lo señaló y dijo “aquí estoy con mi amigo”.
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