En 1902, en un contexto de gran efervescencia de las protestas obreras y de rebeliones radicales, el régimen oligárquico aprobó una nueva ley electoral que instauró el escrutinio uninominal y por secciones, con la finalidad de asegurar la representación de las minorías parlamentarias. Era el primer paso dado por los sectores reformistas del conservadorismo argentino, encabezado por el entonces ministro de Interior, Joaquín V .Gónzález, que desembocaría, diez años más tarde, en la reforma electoral conocida como la Ley Sáenz Peña. Tal era el tamaño del fraude que se extendía por entonces que González, desde el Senado, podía admitir que “este país, según mis convicciones, después de un estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nunca”.
La primera y única contienda en que se utilizó la nueva ley electoral fueron las elecciones a diputados nacionales, desarrollada el 13 de marzo de 1904, que no obstante algunos novedosos resultados trajo un profundo pesimismo en los sectores reformistas, pues sentían el fracaso consumado, producto de que los gobiernos provinciales estaban montando sus tradicionales máquinas electorales violando explícitamente la nueva normativa.
El normal desarrollo de los comicios en la ciudad de Buenos Aires había sido una sorprendente excepción, que no alcanzó a modificar el escepticismo reinante, por más que el gobierno intentara presentarlo como el primer éxito de su reforma. Gracias a unos 830 votos de La Boca, Alfredo Palacios era electo como el primer diputado socialista en América.
No obstante la inmediata derogación de la reforma electoral y el regreso al viejo sistema de lista completa con las provincias y la capital oficiando como distritos electorales sin divisiones internas, el socialismo argentino había logrado el ingreso a Diputados de un primer integrante, que haría sonar su solitaria voz de denuncia durante varios años e impulsaría las primeras leyes obreras.
La primera de estas tantas oportunidades ocurrió el 9 de mayo de 1904, en ocasión de la feroz represión sufrida por el movimiento obrero en las celebraciones del Día del Trabajador. Recordamos aquellas primeras palabras de Palacios, denunciando la violencia del régimen.
Fuente: Víctor García Costa, Alfredo Palacios, Buenos Aires, CEAL, 1971, pág. 74.
“… He dicho que traía los agravios de la gente trabajadora, y toda la Honorable Cámara sabe perfectamente que me refiero a los acontecimientos luctuosos del 1º de mayo, día nefasto, porque ha corrido sangre proletaria por las calles de la capital. (...) Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero de un régimen económico que se ha convertido en el implacable enemigo del proletariado, no rugía; el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza del trabajo, se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. (...) No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan y donde muchas veces hace frío. Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores, aún en ese caso no es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verdadera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la espalda, señor presidente!”
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