jueves, 5 de marzo de 2015

FLORENCIO PARRAVICINI 1876 –1941

Se llamaba Florencio Bartolomé Parravicini Romero Cazón, y su padre era un coronel argentino que dirigió
la Penitenciaría y tenía un sólido pasar económico. Su abuelo, un terrateniente que vino desde Italia ostentando el título de marqués. Se dice que a la edad de catorce años, su vocación era la de sacerdocio católico, apostólico y romano. Abandonó esta idea y se fue, con dieciséis, a la Patagonia a cazar lobos.
Más tarde aprendió a volar aviones, corría el 1910, y obtuvo el brevet civil Nº 2 en Argentina. A los veinticinco años viajó a Europa, en menos de un lustro dilapidó en fiestas, prostitutas, alcohol y casinos la cuantiosa fortuna que había heredado de sus padres (es el autor de la frase: “… allí no se me fue toda. Hubo una gran parte que malgasté”). Se tomó las de Villadiego, recaló en París, y trabajó como cantor criollo. De regreso volvió al sur y se dedicó al contrabando en Puerto Deseado. Más tarde trabajó como cicerone e intérprete y a partir de 1914 como artista en cafés del bajo porteño. Era un tirador de notable puntería, cosa que aprovechaba para hacer espectáculos haciendo uso de esa destreza. Contradictorio hasta el límite de lo tolerable, se presentó en las elecciones municipales de 1926 como candidato por el partido Gente de Teatro se convirtió en concejal porteño con el 6 por ciento de los votos. Su labor en ese cargo fue prácticamente nula y su mayor mérito, aunque cueste creerlo, fue organizarle un homenaje al Príncipe de Gales cuando visitó la Argentina.
Florencio fue pariente, en segundo grado, del pintor y artista Benjamín Solari Parravicini (1898-1974); y a propósito de éste último, cabe agregar un párrafo que pinta a este núcleo familiar con certero trazo: “Fabio Zerpa lo bautizó como ‘el Nostradamus argentino’. El tal Benjamín, desde la más tierna infancia, decía que hablaba con ángeles, hadas y duendes. Su padre era psiquiatra y preocupado por los amigos invisibles de su hijo, lo sometió a intensivos análisis médicos que no demostraron que tuviera enfermedad alguna. Por entonces el pequeño preanunciaba una "guerra que estallaría en el 14" la Primera Guerra Mundial, que sería su primera predicción. Benjamín era el hermano díscolo de una familia muy acomodada: bohemio , mujeriego, amante de la noche y las copas, llevaba una vida disipada e irresponsable hasta que, a los treinta y dos años, según narra Justino, su hermano menor, una noche se le manifestó violentamente la aparición de una fuerza extraña. (…) A partir de ese momento empieza a escribir lo que "le dictan". Muchas de esas hojas las rompió por no comprender su contenido, hasta que vio que algunos de esos escritos, eran profecías que se cumplían. Su mayor producción de profecías va desde los años '30 a los años '50. En ellas esboza lo que va a ocurrir después.(…) A pesar de provenir de una familia acaudalada canjeaba sus dibujos por comida y cerveza en las tabernas del barrio. Incluso lo hacía con aquellos alumnos a los que enseñaba pintura y veía talentosos. Dijo cierta vez que su ángel le dijo que aprendiera a pintar y así lo hizo, compró telas y pinceles y comenzó. Tiempo después ganó premios internacionales. Su obra pictórica se halla en distintas colecciones privadas europeas y en castillo real de Bélgica. Para realizar sus psico–grafías entraba en estado de trance, se le daban vuelta los ojos y tenía leves convulsiones.
Pablo Sirvén, allá por el 2007 (año que, para algunas cosas, parece tan lejano), así escribía sobre Parra en La Nación y, de paso, citaba a César Tiempo: “No existía el peronismo ni la televisión ni Pinti. Pero se podría decir que, de alguna manera, el gran Florencio Parravicini casi intuyó a los tres. La misma sonrisa, de oreja a oreja, de Gardel y de Perón; su extremada facilidad para saber pulsar las cuerdas más populares y granjearse el cariñoso “¡¡¡Pa-rra!!! ¡¡¡Pa-rra!!!”, con lo que lo vivaban entusiasmados sus seguidores y la lengua desmadrada que heredaría medio siglo más tarde de su apogeo Enrique Pinti, lo convierten en un precursor de la escena que cada tanto se hace necesario rescatar del olvido. "Un bufo de las dimensiones y de las actitudes de Parra–decía César Tiempo en ‘Florencio Parravicini’ (Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1971)– tenía que ser rechazado por la sociedad a la que pertenecía por derecho propio. Sin embargo, supo conquistarla, sin proponérselo, hasta ponerla a sus pies. Primero, fue un cómico de la chusma, para usar una denominación que puso en boga Almafuerte; un bululú que divertía a marineros, estibadores y calientacamas en los tabladillos de café concerts o en los galpones de la calle 25 de Mayo, donde toda procacidad encontraba asilo. Después conquistó la calle Corrientes y tuvo a la ciudad y la sociedad en un puño. (…) Paquetísimo y reo a la vez, Parra había frecuentado de joven la quinta La Casona, que pertenecía a su prima hermana, Dolores Parravicini de Solari, ubicada en Vicente López. Parece que el mismísimo Juan Manuel de Rosas había visitado la quinta pocas décadas atrás y hasta su hija Manuelita había dejado guardado allí un piano cuando debieron marchar de apuro a un exilio del que nunca volverían. Por si fuese poco, su padre había sido hermano de leche del general Lucio V. Mansilla. Cuna de oro y la universidad de la calle hicieron de Parra un hombre completo: de salón y arrabal al mismo tiempo, dueño de mil registros y capaz de meterse en el bolsillo al auditorio más indócil.”
Y, sí. Ha de haber domado a un auditorio tan indócil como él lo fue con la sociedad en la que vivió. Al fin y al cabo, es cierto, porque de la cruza de los dóciles, entre sí, se podrán hacer obedientes militantes, prósperos comerciantes, circunspectos burócratas, correctos empleados, exitosos empresarios, fieles amanuenses, y hasta prestigiosos redactores de diarios serios; pero nunca (lo que se dice “nunca”) –ya Florencio, ya Benjamín– podrá nacer un: “Parravicini”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario