Según dicen sus biógrafos, era un excelente cantor, disponía de una voz de tenor afinada y dúctil que lamentablemente las grabaciones de su tiempo no pueden registrarla. Como los testigos de entonces ya no están en este mundo y lo que dejan oír las grabaciones es de regular para abajo, sólo queda la alternativa de la fe, de creer que efectivamente Razzano fue un distinguido cantor a quien la mala suerte o la mala salud de sus cuerdas vocales le obligó a dejar los escenarios en 1925.
La otra versión es la opuesta, la que sostiene que en el mejor de los casos servía para acompañar, que como solista apenas alcanzaba para lucirse en algún bodegón y que su fama se debe exclusivamente a su amistad con Gardel. Sus críticos insisten en que si no hay grabaciones buenas es porque no había nada importante para grabar e incluso le niegan la condición de tanguero, ya que sus canciones poco y nada tienen que ver con el tango, pues se trataban, en todos los casos, de aires camperos, zambas, milongas sureñas de deficiente composición musical y pésimas letras, la mayoría de las cuales evocan un paisaje rural bucólico y convencional. Respecto de sus partituras musicales, se pone en duda la autoría de muchas de ellas, algunas compradas por pocos pesos y otras recogidas del anonimato
En lo que sí hay coincidencias es en destacar que poseía un gran olfato para los negocios, que era un excelente administrador y sabía defender como nadie los intereses de sus representados. En octubre de 1925, Gardel lo nombra administrador general de todos sus bienes. Razzano ese año se retira del canto y asume lo que efectivamente sabe hacer, más allá de que luego por razones monetarias romperá relaciones con Gardel, relaciones que nunca volverán a normalizarse porque las ofensas, según se dice, eran profundas y, además, porque Medellín lo impidió. No obstante, se cuenta que precisamente en Colombia, poco antes de la tragedia, Gardel se fastidia porque el contrato lo obliga a cantar en un local abierto. Y es en esa ocasión que le comenta a los amigos: “Pepe (por Razzano) jamás hubiera permitido un cosa así”.
Razzano lo sobrevivirá a Gardel veinticinco años. En ese tiempo, será representante de Charlo, otra de las grandes voces del tango, y compañero en Sadaic de Francisco Canaro, Homero Manzi y Francisco Lomuto. En 1952, José Cimarro escribe en su homenaje el tango “Pepe”, grabado luego por la orquesta de Alfredo Attadía. Con Cátulo Castillo escribirán y compondrán algunos temas, entre los cuales merece destacarse “Café de los Angelitos”, pero está claro que no fueron ni el canto ni la composición musical su fuerte, que su habilidad principal fueron las relaciones públicas y un singular talento para estar en el momento adecuado al lado de los grandes.
José Francisco Razzano nació en Montevideo, muy cerca de la Plaza Independencia, el 25 de febrero de 1887. Tenía dos años cuando llegó con su madre a Buenos Aires, al barrio Balvanera para ser más preciso. Las crónicas registran que para 1903 participa como cantor de la Compañía Dramática Nacional dirigida por Adriana Cornaro. Ya en esos años es un protagonista de los centros gauchescos, donde luce sus habilidades como cantor y payador. De aquellos años, se recuerda su amistad con Betinotti, Castriota y Cassaux, y una memorable payada con Damián Méndez
Puede que sus primeras grabaciones las haya hecho en el sello Víctor en 1911. Se trata de temas criollos entre los que merecen destacarse “La china fiera”. A su favor debe decirse que un cantor en aquellos años no tenía otro repertorio a mano que el de la música campera. Faltaban unos años para que llegaran los poemas tangueros y sus grandes músicos.
Según se dice, porque sobre estos temas los documentos no existen o son contradictorios, con Gardel se conocieron en aquellos años en la casa del pianista Gigena. También se habla de un duelo de cantores en el cafetín ubicado en la esquina de Olavarría y Almirante Brown. En 1946, Enrique Cadícamo evocará ese duelo en su poema “El Morocho y el Oriental”. La música pertenece a Ángel D’Agostino, y Ángel Vargas lo cantará por primera vez.
A Gardel y Razzano se suman en un primer momento Francisco Martino y Saúl Salinas, pero al poco tiempo el dúo del Morocho y el Oriental es el que perdura y lo hará hasta 1925. Esto quiere decir que durante más de diez años Gardel y Razzano trajinarán boliches, bodegones, locales bailables y cuanto lugar se dignara a invitarlos a cantar, aunque más no fuera -como se dice ahora- “por el sánguche y la Coca”.
Son años de necesidades y penurias, pero de alegrías y aventuras La pareja recorre polvorientos caminos de provincias, se presenta en ciudades del interior y pueblos de mala muerte, duerme donde los agarra la noche o donde puede. El repertorio es campero, pero de vez en cuando Gardel se le anima a algo que empieza a parecerse al tango.
Razzano a esta altura de los acontecimientos se desataca más por sus condiciones de administrador y gerente que de cantor. Él es el que arregla las giras, las condiciones económicas y las comodidades del caso. A fines de 1913, después de una jornada extenuante que incluyó recorridas por cafetines y serenatas en casas de familias, rematan la madrugada en el Armenonville y allí el amigo común Pancho Taurel los contrata por setenta pesos la noche, una cifra que a Gardel entonces le parecía extraordinaria, al punto que al principio llegó a creer que los setenta pesos eran por mes.
Al año siguiente el dúo se presenta en el Teatro Nacional con la compañía de Elías Alippi y Francisco Ducasse. Razzano es el promotor de todas estas novedades publicitarias. “Gardel. Razzano”, lentamente empieza a ser una marca registrada en el mundo del canto popular. Después llegan las giras por Montevideo, Río de Janeiro, Santiago de Chile y, en 1923, la consagración definitiva cuando viajan a España con la compañía de Matilde Rivero y Enrique de Rosas. Llegar a Europa es entonces la meta máxima de todo cantor que aspire a esa condición. No es Parí claro, pero es Madrid y las presentaciones se realizan en algunas de sus salones más populares, como son, por ejemplo, el Apolo y el Price.
La amistad entre Gardel y Razzano durante todos estos años está forjada en esta vida aventurera y juvenil. A los dos le gusta viajar, andar -como dice el Morocho- como bola sin manija, y apenas les sobran unos mangos ninguno vacila en jugarlos a los caballos. Razzano contrae matrimonio con Cristina Chirinícola y Gardel será el padrino de su primera hija. En 1924, compra su casa de la calle Esteban Bonorino al 477, en pleno barrio de Flores, casa en la que vivirá con su mujer, criará a sus hijas y morirá el 30 de abril de 1960.
Razzano, decía, abandona los escenarios en 1925 por problemas en sus cuerdas vocales. De todos modos, no deja de llamar la atención que la consagración de Gardel se inicie con su retiro. A partir de 1925, el Morocho consolida la calidad de sus interpretaciones. Entre 1925 y 1935, están sus mejores tangos y son los años en que su voz adquiere la plenitud conocida. A título anecdótico, en 1929, Razzano intenta retornar al canto y graba en diciembre de ese año con Gardel “Claveles mendocinos” y “Serrana impía”. Ni los temas musicales ni la voz de Razzano interesan al público. Como se dice en estos casos, se trató de un regreso sin gloria.
Razzano se resigna a ser su administrador y consejero, pero para principios de la década del treinta las diferencias personales derivan en una ruptura. ¿Motivo? Nunca se supo a ciencia cierta, pero no es demasiado arriesgado suponer que las razones fueron económicas. En 1933, Gardel regresa a Buenos Aires, le quita el poder a Razzano y se lo entrega a Armando Defino. En el medio de la trifulca está el tema de la hipoteca de la casa materna de Gardel, en Jean Jaurés 735.
No hay comentarios:
Publicar un comentario