Corría el año 1895 y José Razzano, siendo todavía un pibe,
llegaba desde su Montevideo natal con sus ilusiones y su guitarra. Venía a
Buenos Aires para transitar un camino difícil, rumbo que él ambicionaba desde
lo más profundo de su corazón: llegar a ser mediante el canto el protagonista
de su propio destino, construir el futuro de su vida, triunfar en Buenos Aires.
Su espíritu inquieto y emprendedor lo llevaba a superar
cualquier escollo en su camino de progreso hacia la meta que estaba seguro de
lograr.
Razzano fue un predestinado, ya que ni él mismo hubiera
podido adivinar o soñar en aquella época lejana que algún día iba a entrelazar
su vida artística a la de Carlos Gardel y que llegaría a cultivar una amistad
sincera con personalidades antológicas del arte popular, como lo fueron Andrés
Cepeda o José Betinotti. Fue un hombre que se adelantó a su tiempo; a los 15
años formó un trío junto a Francisco Martino ySaúl Salinas y en 1902, el primer
conjunto profesional de música y canto que actuaba en Buenos Aires. Fue dueño
de una calidad humana sensacional; era un hombre cariñoso, cordial y
responsable, tenía un concepto muy elevado de la amistad, ya que cuando llegaba
el momento de jugarse por un amigo no lo pensaba dos veces.
Era gran amigo de mi tío César de Pardo, pianista del
Cuarteto Vocal Buenos Aires, por lo que fueron muchas las ocasiones que llegaba
con él a mi casa y cenaba con nosotros. La conversación siempre rondaba los
mismos temas: Gardel, el tango, el dúo, el análisis de la calidad de las obras
en boga en aquella época lejana y las condiciones y personalidad de intérpretes
importantes y compositores de jerarquía que ellos admiraban.
Yo asistía a esas espontáneas charlas donde desfilaban en el
comentario desapasionado y lúcido la admiración y el respeto por los valores
que personificaban en ese momento lo más puro para un pueblo que se
identificaba con ellos y los hacía suyos en la profunda valorización del tango
que vivía en su alma y su vida cotidiana.
Fue Don Pepe Razzano el compañero ideal para acompañar a
Gardel, el socio que necesitaba; su personalidad, su experiencia, su
inteligencia en el manejo de todo lo relativo a actuaciones de radio, teatro o
cine y en el arreglo de contratos que debían cumplir; su capacidad negociadora
simplificaba o disimulaba cualquier desencuentro que pudiera malograr la
posibilidad de progreso artístico de los dos. Su conocimiento del ambiente y su
habilidad en los negocios lo llevaban a resolver cualquier desavenencia, lo
mismo que el profundo conocimiento de los hombres que competían por hacerse un
lugar en el ambiente artístico en esa época difícil.
Razzano era emprendedor, audaz y tenía una visión
progresista de la vida. Esa vocación de progreso lo llevaba a intentar escalar
posiciones y llegar a conquistas impensadas en niveles a los que otros no
pudieron acceder nunca.
Me quedan de él y de esas tertulias un recuerdo imborrable,
ya que significaron para mi espíritu el privilegio de vivir y compartir esos
momentos idos y también su disposición generosa de brindar a todos una amistad
sincera y leal.
Razzano fue un referente valioso para varias generaciones de
autores y compositores y era consultado por mucha gente vinculada con la
actividad musical. Estuvo 20 años junto a Gardel, compuso con él alrededor de
100 temas, algunos de mucha repercusión entre los seguidores del tango y de la
actuación estelar de Gardel.
Su experiencia, fogueada en una lucha tenaz, fue un norte
para los que llegaban después, con quienes él generosamente la compartía. Desde
los comienzos, Gardel encontró en él el rumbo de su propio éxito y de su propia
vida, representaba algo así como un padre que, con sus conceptos y
recomendaciones, fue guiándolo y protegiéndolo de los peligros que acechaban a
los que todavía no estaban preparados para eludir el peligro de la
inexperiencia o la improvisación.
La historia cuenta como se firmó el primer contrato que los
ligaría al famoso cabaret Armenonville. Ese día Razzano trató las condiciones
que iban a regir en el contrato del dúo, conviniéndose que la dirección del
cabaret les pagaría por noche la suma de setenta pesos. Razzano se lo comunicó
a Gardel y éste, asombrado, le preguntó: «¿Dijiste setenta pesos por mes?»
«¡No! Por noche». Gardel, todavía sin poder creerlo le contestó: «Yo por esa
plata soy capaz de lavarles los platos».
En otra oportunidad iban a firmar un contrato teatral
importante. Estaban sentados alrededor de una mesa los administradores del
teatro y el dúo Gardel-Razzano. En un momento dado el dueño del teatro les dice
que en homenaje al éxito de sus actuaciones les ofrecían renovar el contrato
pagándoles el 20% de las recaudaciones. Gardel tomó la lapicera para firmar
pero Razzano le hizo señas para que no firmara. Discutieron un largo rato hasta
que finalmente firmaron por el doble. Gardel llegó a asegurar que la sola
presencia de Razzano le infundía seguridad y confianza.
Pero no todo fueron rosas para Razzano y, pese a ser «el
amigo de todos», hubo gente que no pudo aceptar su triunfo, encubriendo el
propio fracaso con calumnias e infamias. Quizás el odio, la envidia o el
resentimiento anularon la mente y los sentimientos de quienes cayeron en la
bajeza de querer destruir a un hombre que, a fuerza de sacrificios, desvelos y
lucha alcanzó sus aspiraciones más soñadas.
Pero él lo sobrellevó todo, supo comprender y disimular los
golpes, y la tristeza que vivió no pudo desviarlo de su concepto de amistad
hacia todos manteniendo su personalidad y su conducta durante toda su
trayectoria.
Mi recuerdo de él será imborrable, ya que me brindó una
sincera amistad. Sembró con su generosidad los cimientos mismos de la colección
que llegué a reunir. Fue testigo y protagonista de una época de oro junto a
Carlos Gardel y, de su valiosa experiencia, yo extraje las enseñanzas que me
ayudaron a formar mi propia personalidad de coleccionista gardeliano. A veces
el éxito o el fracaso de alguna misión que se propone un hombre dependen pura y
exclusivamente de los buenos amigos que tenga cerca, de la honradez de los que
lo acompañaron en su obra. Razzano me puso el hombro y me brindó su corazón,
vayan para él mi recuerdo y agradecimiento.
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