Tuvo desde chico dos características: su obesidad y una capacidad natural para hacer reír. Ambas lo llevaron a lo más alto de la fama, pero no se la hicieron fácil.
Porcel fue otro de los jóvenes brillantes que Delfor hizo debutar en “La revista dislocada” (auténtico “semillero” de cómicos). Ya en 1964 tendría su propio programa en televisión, “Los sueños del gordo Porcel”. Préstese atención al título del ciclo: no es casual la inclusión de su obesidad en el mismo, era imprescindible mencionarla, ya que se podía desconocer su nombre, pero jamás ignorar su panza.
A mediados de los ’60, se suma al clan de los hermanos Sofovich y participa en sus envíos más importantes: “Operación Ja Ja”, “Polémica en el bar” y “La peluquería de Don Mateo” (como habitué de la peluquería, ya que en ese entonces el peluquero era Fidel Pintos). Allí comienza a cruzarse con su compinche Alberto Olmedo. También participa en algunas películas con Luis Sandrini e incluso filma con Isabel Sarli.
La estrella Porcel va creciendo; su barriga, también. Llega a Canal 13 y le ofrecen un suculento contrato para hacer junto a Alberto Olmedo “Fresco y Batata”. El ciclo genera expectativas, pero como producto no funciona. La pareja inicia su carrera solista: en el mismo canal, Olme-do lanza “El Chupete” y Porcel, “Porcelandia”.
Este ciclo mostró todo el talento del que era capaz no sólo el Porcel actor, sino también el productor, el director. Es recordado su sketch donde hacía de “El Zorro” (¿cómo era posible que nadie en Los Angeles se diera cuenta que, con esa panza, Diego de la Vega no podía ser otro que el enmascarado?), sus cruces con Diana Maggi y Susana Brunetti.
En “Porcelandia”, el gordo hacía un personaje que se mofaba de Carlitos Balá (otra de las figuras del canal): ponía cara de tarado y decía: “sumbudrule, sumbudrule, como me gusta Cafrune…”, y lo ridiculizaba. Un día, apareció el mismísimo Carlitos Balá, le hizo sumbudrule y empezó con “toco el aire, a usted no lo toco, toco el aire, el aire es de todos…”. Porcel no se rió, pero se la bancó estoicamente.
También en el teatro de revistas, Porcel y Olmedo batían records de taquilla. Cuando sumaron a su elenco como vede-ttes a Susana Giménez y Moria Casán, ninguna encumbrada obra del teatro “serio” podía competir con ellos.
En todos sus programas de TV, Jorge Porcel hizo gala de su vocación por el canto. Así fue que en 1980 grabó en EEUU el disco “A todo corazón”, con una banda de jazz, que incluye el maravilloso “De repente”, que el gordo solía cantar frente a cámaras, en sus ciclos.
A principios de los ‘80 los ciclos de Sofovich regresan a la televisión: en “La peluquería…” fue el único que pudo sustituir dignamente a Fidel Pintos, y formó dupla con Rolo Puente.
En “¿Lo viste a Porcel?” (hoy repetido por el canal “Volver”) estaba rodeado de sus clásicos partenaires: Javier Portales y Adolfo García Grau. Luego, vinieron “Las gatitas y ratones”, donde un Porcel carnicero se cruzaba con la aniñada Sandra Villarroel (esas agachadas…), y llegó a los picos máximos de audiencia con “La Tota y la Porota” junto a Jorge Luz.
Después, vino la muerte de Olmedo; y el espanto.
En ese momento, Porcel tuvo una certeza y la hizo pública: “el éxito y el fracaso son dos impostores”, dijo. Escapando del fantasma de su amigo muerto se fue para Miami. Hizo en TV la remake de “Las gatitas…”.
Pero Porcel no era feliz.
Después de participar en la película de Brian de Palma “Carlitos Way”, con Al Pacino, llegó la debacle de Jorge Porcel.
Aquel tipo medio pícaro, medio tonto, medio zarpado, y bastante gordo, que supo encarnar en todos sus personajes, quedó en carne viva. La enfermedad le borró hasta esa inmensa sonrisa que tenía. Se dedicó a la religión a través de la iglesia “Alfa y Omega” y renegó de toda su vida artística.
Con Porcel exiliado, algunos medios argentinos empezaron a decir que Olmedo era el bueno, y Porcel el malo. Idioteces, runflas que se armaron para conseguir un punto más de rating a costa de alguien que ya no se podía defender.
“A mí me hacía reír, y eso es lo que importa”, dijo un conductor radial al aire, luego de anoticiarse de su muerte, desechando todo el chusmerío. Y está bien.
Cuando una persona genera emociones en otras, cuando aunque sea por un instante le alegra la vida, esa persona es muy valiosa. Y Porcel lo fue. Nos hizo reír, y esa fue su gran virtud.
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