El hecho de que Gardel en oportunidades no pronunciara la N
en algunas canciones y la trocara por R obedecía a los medios rudimentarios
mecánicos de grabación de los discos: con la energía de la propia voz se hacia vibrar
una membrana que hacia incidir una púa en una rosca sin fin que grababa sobre
el disco matriz de pasta. La voz era conducida desde una bocina donde el cantor
de esos tiempos introducía prácticamente toda la cara y un caño la llevaba
hasta la púa. Eso hacía necesario consonantes fuertes, ya que las débiles no
alcanzaban a dejar la huella en el disco.
Targo en vez de Tango se debe a eso y no a un defecto de pronunciación
como han llegado a afirmar algunos de sus biógrafos.
Esta anécdota fue
corroborada por Francisco Canaro y por Cátulo Castillo. En Barcelona (aunque Canaro escribió que fue
en Madrid), parece que el Zorzal se hacía lustrar los zapatos siempre por el
mismo muchacho. Una tarde, bajo el
bronceador sol de la Hispania, Gardel chifló despreocupadamente el comienzo del
tango "Silbando" con la misma melodía que se aprecia en las dos
grabaciones que dejara. El lustrabotas
quedó extasiado.
-¡Qué bien silba, señorito don Carlos!
-Ma' qué silbo... Es un pito, pibe...
El muchacho aprovechó la confianza que le regalaba Gardel
para preguntarle:
-Dígame usted... Perdone la curiosidad... ¿Qué se coloca en
el cabello, para tenerlo así de reluciente y bien peinado?
El Zorzal se juzgó humorista y le contestó:
-No se lo batas a nadie... ¡Dulce de membrillo! Probalo, es un fenómeno.
-¿Jalea, dirá usted?
-Eso es, Jalea. Pero
tiene que ser de la buena.
A la tarde siguiente volvió Gardel por la parada del
lustrabotas. Tenía el pelo que parecía
un caso morocho, a lo Louise Brooks.
-¿Viste, pibe, qué bien te queda? ¡Parece que me hiciste caso!
-Sí, señorito, es verdad... Pero debe de haber algún
misterio, porque a usted las moscas no le hacen nada, y en cambio a mí...
Vea... ¡No me dejan vivir!
El día que Gardel
grabó "Madreselva" era primavera, pero parecía un verano dentro del
estudio de la compañía Odeón.
Naturalmente, no podía ponerse un ventilador. El aire acondicionado no existía, y los
músicos de la orquesta estaban empapados en sudor.
Gardel no aguantó más y se quitó el saco. Después, el chaleco. Después de después, la camisa, que
seguramente lo asfixiaba. Luego la
camiseta, el pantalón y las medias.
Por último, el calzoncillo.
El Zorzal quedó sólo con los zapatos y con los anteojos que
usaba para leer la pequeña tipografía de las partituras.
Justo entonces apareció en la sala de grabación el técnico,
un alemán "austero y cabrero", al decir de Canaro.
-¡Pero, señó Gardel, qué quiegue decir esto...!
Gardel le respondió.
-Esto quiere decir, viejito, que no tanto hacerte el
estrecho, que mí me han pasado el santo
que vos en Alemania eras "una mandarina"...
La orquesta estalló en una carcajada. El alemán, a punto de estallar él también
(pero en otro sentido), se fue ligero y sin saludar.
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