Cuando la mañana del 9 de abril de 1953 el mayordomo Inajuro Tashiro entró en la habitación de su amo, en el quinto piso de la avenida Callao 1944, llevando la bandeja del desayuno, el espectáculo le erizó los pelos: Juan Duarte, secretario privado del presidente de la República, yacía en un charco de sangre, vestido con calzoncillos, camiseta, medias y ligas. Una flor negra ornaba su sien derecha.
No era una rosa sino un orificio de bala. Duarte estaba arrodillado ante la cama como si hubiera muerto mientras rezaba. En el suelo se veía un revólver Smith & Wesson calibre 38 y sobre la mesa de luz una carta manuscrita en la que se despedía de su cuñado y jefe, Juan Domingo Perón.
En cuanto se conoció la noticia, una ola de rumores se extendió por Buenos Aires. En 1952 había muerto Evita y el gobierno peronista enfrentaba muchos problemas, aunque aún faltaban dos años para que lo derrocaran los militares. El suicidio fue considerado un crimen de Estado, un ajuste de cuentas entre jerarcas, cómplices de turbias maniobras de corrupción, sobre todo vinculadas con el monopolio oficial de la exportación de carne. La víctima, Juancito Duarte, alias Pebete, era un antiguo vendedor de jabones que, a la sombra de su hermana menor, Eva Duarte, se había convertido en uno de los hombres más poderosos y ricos del país.
DE JUNÍN AL CIELO Y AL INFIERNO
Doña Juana Ibarguren, madre soltera, tuvo cinco hijos, todos reconocidos por el político de Junín Juan Duarte: Blanca (1908), Elisa (1910), Juan Ramón (1914), Erminda (1916) y María Eva (1919).
Juancito nunca descolló como estudiante, y en sexto grado dejó los libros, pero era estimado como muchacho simpático y pronto se destacó por su éxito entre las chicas. Fue muy compañero de sus hermanas y, rodeado como estaba por aquellos cuatro pimpollos, pronto aprendió a tratar con novios y festejantes. No tenía veinte años y ya se lucía por las calles de Junín a bordo de un convertible que le regaló el mayor Alberto Arrieta, novio de Elisa. A Juan le gustaban los chalecos de piqué blanco, jugar al billar e ir al prostíbulo.
En 1935, María Eva marchó a Buenos Aires al amparo del cantante de tangos Agustín Magaldi y Juancito, que estaba allí haciendo la conscripción, fue su escudero y compinche. De entonces le venía a Juan Duarte la fascinación por las mujeres de la farándula. Le parecía mentira que María Eva se codeara con aquellas luminarias de la radio: Anita Jordán, Ada Pampín o Rosita del Río. También solía llevar el instrumento de grandes músicos, por ejemplo el violín de Julio de Caro.
Cuando su hermana comenzó a codearse con empresarios y luego militares de cierto fuste, Juancito estaba atento para recoger las migas: en 1944, María Eva lo hizo nombrar inspector del Casino de Mar del Plata (aunque conservó un tiempo el puesto de corredor de Jabones Radical) y los hermanos se mudaron de un pequeño departamento en Carlos Pellegrini al 1300 a uno mayor en Posadas y Ayacucho. El 21 de octubre de 1945, luego de los acontecimientos que conmovieron al país, María Eva Duarte y el coronel Juan Domingo Perón se casaron por civil en Junín; fueron testigos Juancito y el coronel Domingo Mercante.
Después, todo fue una vorágine. En 1946, Perón fue elegido presidente y Juan Duarte pasó a ser el secretario privado. Su cara aparecía con frecuencia en las fotos de Perón, siempre en segundo plano. Eva, a medida que adquiría importancia en la vida del país, protegía a su hermano y, al mismo tiempo, en privado le reprochaba sus locuras, sobre todo los líos de faldas. "Portate bien, Juancito", era la invocación repetida de la Dama de la Esperanza a su hermano que, a las seis, tras una noche de farra, solía regresar a la residencia presidencial de la calle Austria y se encontraba con el general recién levantado, que lo invitaba a matear. Ocultando sus ojeras y su fatiga, Juancito acompañaba el madrugón del presidente fingiendo que también él salía de la cama.
Para Félix Luna, las comisiones y favores venales de Juan Duarte eran notorios: "Jamás tomó la menor precaución para ocultar sus movimientos y bienes malhabidos, puesto que el amparo de Evita parecía inconmovible". En Juancito había una especie de honestidad al revés: la corrupción no fue una trama malévola, sino un don natural que la Argentina peronista le regalaba por el mero hecho de respirar en esta tierra y de llamarse Duarte. "Nunca hizo mal a nadie", dirían después algunos de sus (pocos) amigos, pero entonces el país tornadizo y cruel ya lo había despedazado.
FANNY, ELINA, JUAN
Juan Duarte acompañó a Evita en el viaje a Europa (1947), se compró el departamento de Callao, una estancia, acomodó a sus amigos y parientes, acumuló bienes y mujeres sin siquiera detenerse a contar lo que tenía. Además del campo de Santa Marta (dos mil hectáreas y un muelle de doscientos metros sobre la laguna de Monte), departamentos, acciones, studs, autos, aviones y los célebres permisos de importación de coches extranjeros. Mediante el apoyo a empresas productoras como Epa, Emelco o Argentina Sono Film, Duarte y su íntimo amigo Raúl Apold, secretario de Prensa y Difusión, impulsaron el cine nacional, especialmente a aquellos productores, directores y artistas adictos al gobierno. Aquí, Juancito se movía en terreno peligroso: Evita, si bien se ocupaba de otras cosas, conocía el medio artístico a la perfección, y tenía algunas cuentas para cobrarse.
La historia de Juan Duarte dio un vuelco el 26 de julio de 1952, cuando el cáncer se llevó a Eva. El hada protectora de los pobres era también quien velaba por el Pebete, ese tarambana que nunca sentó cabeza. Perón, al margen del reconocimiento hacia un servidor que le fue leal hasta el fin, miraba con desconfianza a su cuñado, él que, a pesar de las habladurías, era un militar austero al cual terminaron por cansar las trapisondas de Juancito con las féminas.
Las actrices a las que Juan galanteó fueron muchas, con suerte varia. Les enviaba flores y bombones, las invitaba a su palco privado en el Tabarís, al paddock de Palermo o a bailar en el roof garden del Alvear. Si la cosa iba bien, las llevaba a alguna joyería como Ricciardi, Settecasi o Jean Pierre y les mostraba las colecciones para luego regalarles un solitario de diamantes. Durante años, vivió un triángulo amoroso con Elina Colomer y Fanny Navarro, dos divas muy populares.
Según la formidable biografía Fanny Navarro, un melodrama argentino (1997), de Carlos Maranghello y Andrés Insaurralde, la primera asumía el papel de amante y la segunda, el de novia; a los padres de Fanny Navarro solía invitarlos Duarte a su estancia de Monte. Toda esta historia puede seguirse por medio de los comentarios que, a la manera de un coro griego, publicaban en Radiolandia o Antena las columnistas de chismes del ambiente artístico como Valentina o Mendy (que era hermana de Elina Colomer).
La carrera de Fanny Navarro -una morocha que en su mejor papel protagónico, el que desempeñó en Deshonra , de Daniel Tinayre, mostró cierta veta de ensimismado delirio- se frustró al caer el gobierno. La militancia peronista y la relación con Duarte la condenaron al ostracismo: perdió sus bienes y hasta llegó a pasar hambre, debió trabajar en pequeños papeles humillantes para una ex primera actriz y terminó hundida en la locura. Murió a los 51 años, en 1971.
Juan Duarte le había enviado esta carta unos días antes de suicidarse: "Vidita. Le ruego me perdone, me voy solo al campo. Esta semana me han pasado cosas tan terribles que le doy las gracias a Dios por estar todavía en mi sano juicio. Por eso quisiera estar solo y si pudiera me iría tan, tan lejos como tan amargado estoy... Usted nada tiene que ver en todo esto, no es pena de amor, es desencanto, es terrible desazón, es asco a casi todo. Para usted un beso grande, como grande es mi deseo porque nunca tenga usted el clima que yo vivo desde hace tiempo, ni los pensamientos que me asaltan. Por momentos, pienso que ya mi cabeza no coordina más, que mis piernas aflojan porque también aflojan mis fuerzas y me quedo hasta sin alma. En una palabra, me muero, pero no termino de morirme. Juan".
EL GRAN CORRUPTOR
Las denuncias de corrupción salpicaron al gobierno de Perón desde el comienzo. El 3 de diciembre de 1949, en un intento por detenerlas, el presidente -que a su caída, en 1955, sería llamado por sus opositores el gran corruptor - había presentado su declaración jurada de bienes, aduciendo que sólo poseía la quinta de San Vicente, adquirida antes de llegar al poder, y sobre la que pesaba una hipoteca. Luego, las acusaciones arreciaron. Se decía que ciertos funcionarios del gobierno -y siempre estaba Juan Duarte en boca de todos- usaban los permisos de importación de automóviles (entonces no se fabricaban en el país) para llenarse de oro. La exportación de carne, que era un monopolio del gobierno, y para la que se adjudicaban cuotas, estaba sospechada de ser otra fuente de enriquecimiento ilícito. Al diputado radical Atilio Cattáneo, por ejemplo, que se encarnizaba en sus acusaciones, la mayoría oficialista le quitó los fueros y debió exiliarse en Montevideo para evitar la prisión.
Las críticas se multiplicaron tras la muerte de Evita. A la salida de un acto en el Teatro Colón, la actriz peronista Malisa Zini se acercó al presidente y, a los gritos, antes de que los guardaespaldas la alejaran, le recordó que lo rodeaban muchos corruptos. Perón la citó a la residencia de Austria y allí la Zini le dio un detallado informe.
El presidente encargó al general León Bengoa que investigara. El 8 de abril, Perón habló por radio: "Irá a la cárcel hasta mi propio padre si es ladrón", clamó. Todo el mundo entendió que se refería a su cuñado. Ese mismo día, Bengoa allanó la caja fuerte de Juancito en la Casa Rosada y se llevó todos los documentos, mientras la ciudad hervía de rumores.
Duarte escuchó el discurso en su coche, mientras volvía a su departamento de Callao, y supo que todo había terminado.
LA CARTA A PERÓN
¿Qué sucedió en el quinto piso de Callao 1944 la noche del 8 al 9 de abril de 1953? Hubo un desfile de jerarcas: estuvieron Apold; Héctor Cámpora, presidente de la Cámara de Diputados;, Osvaldo Bertolini, casado con otra Duarte, que también trabajaba en la Presidencia; Ramón Subiza; Raúl Margeirat, jefe de Ceremonial; el canciller Jerónimo Remorino. En suma, los amigos de Juancito, que trataron de mediar en la crisis.
"Bebimos unos tragos de whisky -narró luego Bertolini- y cuando nos despedimos, a eso de las dos y media de la mañana, Juan Duarte me tomó de los hombros y me clavó la mirada: Andate derecho a casa , me dijo. Yo no entendí muy bien el sentido de esas palabras. Pero al día siguiente comprendí todo... Juancito se había pegado un tiro en la sien."
El juez Raúl Pizarro Miguens dictaminó que era un suicidio. Para la opinión pública, se trataba de un asesinato, y cuando el golpe de Estado derrocó al gobierno, en 1955, una comisión investigadora presidida por el capitán de fragata Aldo Luis Molinari reabrió la causa. Entre los muchos elementos dudosos, sobresalían dos: la madre y una de las hermanas del muerto se presentaron en Callao 1944, horas después del hecho, y mientras intentaban ver el cadáver, pronunciaron estas palabras que muchos oídos escucharon: "¡Lo asesinaron! ¡Lo mató Apold!" Una vecina que vivía en la vereda de enfrente de la avenida Callao, vio en la madrugada que un auto estacionaba frente al Nº 1944 y que varios hombres sacaban un cuerpo inerte y lo introducían en la casa.
En la mesa de luz del muerto se halló la siguiente carta manuscrita: "Mi querido general Perón: la maldad de algunos traidores al general Perón y al pueblo trabajador, que es el que lo ama a usted con sinceridad, y los enemigos de la Patria, me han querido separar de usted, enconados por saber lo mucho que me quiere y lo leal que soy... He sido honesto y nadie podrá provar (sic) lo contrario. Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que conocí es Perón... Me alejo de este mundo azqueado (sic) por la canalla, pero feliz y seguro de que su pueblo nunca dejará de quererlo. Cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas. Le pido cuide de mi amada madre y de los míos, que me disculpe con ellos que bien lo quieren. Vine con Eva, me boy (sic) con ella, gritando Viva Perón, viva la Patria , y que Dios y su pueblo lo acompañen siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. Juan Ramón Duarte. P. D. Perdón por la letra, perdón por todo".
Cuando Pizarro Miguens le llevó la carta a Perón, el comentario de éste fue: "A ese muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres. Tenía sífilis".
Para Molinari y para quienes sostenían que Duarte había sido asesinado, la carta a Perón fue falsificada. Se basaban en que una fotocopia fue retocada por la SIDE para disimular los errores de ortografía y ese original manipulado se publicó en todos los diarios.
Alicia Dujovne Ortiz, en Eva Perón. La biografía , publicada en 1995, recoge esa hipótesis y desecha la tesis del suicidio, admitida en cambio por Félix Luna. Un juez nombrado por la Revolución Libertadora, Jorge Franklin Kent, revisó en 1958 la causa y convalidó lo actuado por Pizarro Miguens. Félix Luna incluso culmina la narración del suicidio con estas palabras: "... en un gesto que salvaba su vida de chorrito fácil, tomó el revólver..."
DEL KITSCH A LA TRAGEDIA
La muerte de Duarte sacudió al país. Nadie creyó en la versión oficial. Se decía que a Juancito lo habían matado por la espalda cuando trataba de huir del país junto a Elina Colomer, que le habían pegado cinco tiros en la espalda, que el cadáver no era de Duarte, que se hallaba sano y salvo en Suiza...
Bajo el influjo de esa muerte, el 15 de abril de 1953 la CGT convocó a un acto en la Plaza de Mayo. Estallaron bombas que mataron a varios manifestantes. Esa noche, las turbas incendiaron el Jockey Club y la Casa del Pueblo.
Una de las obsesiones de la Revolución Libertadora fue demostrar que Juan Duarte había sido asesinado. La comisión investigadora Nº 58 fue presidida por Molinari, pero en realidad estaba dirigida por Próspero Germán Fernández Alvariño, conocido como el Capitán Gandhi, que ordenó cortarle la cabeza al cadáver, con la excusa de analizar el orificio de la bala.
La necrofilia antiperonista de este personaje, autocalificado leoncito de Dios , se cebó en los restos del secretario privado de Perón, repitiendo la suerte que corrieron los despojos de Evita. Durante uno de los interrogatorios a que fue sometida Fanny Navarro, el Capitán Gandhi mandó traer la cabeza tapada, que descubrió súbitamente ante la actriz. Esta se desvaneció. Jamás pudo recuperarse de ésta y otras sevicias.
La sucesión de Juan Duarte, tramitada ante el Juzgado Nacional en lo Civil Nº 16, indagó los bienes que estaban a nombre del finado y sólo encontró 80.000 pesos, una suma insignificante para la época, dos autos y un avión. "Todo el mundo sabía, o al menos presentía, que era titular de varios cofres en bancos locales. ¿Para qué los había alquilado si no tenía nada que poner?", se preguntaba una revista de la época. "¿Adónde fue a parar su fortuna?" Nadie en su sano juicio ha pensado en erigir ningún monumento a Juan Duarte, un antihéroe que más bien llama al olvido. Tampoco su vida ha merecido que se ocuparan de él grandes músicos o escritores, salvo el modesto folletinista Eloy Rébora, que le dedicó un libro de quiosco titulado Prontuario de un perdedor . Aunque seguramente esa vida interesó a Manuel Puig, un confeso admirador de Fanny Navarro, sobre la que quiso escribir. Y quizás escribió, pues el Juan Carlos Etchepare de Boquitas pintadas es como un Juan Duarte al que la tuberculosis hubiera preservado, al matarlo joven, de la impiadosa historia.
A Juan Duarte lo atrapó la sífilis -hoy sería el SIDA-, ese castigo para el pecador. Fue un módico galán de pueblo, un pebete argentino que confundió su billetera con la del país: historias que terminan mal, como un monólogo de Catita, la creación cómica de Niní Marshall, en el que se filtraran algunas frases de Macbeth.