Titanes en el ring en Canal 9. Aquella tarde del 3 de marzo de 1962 el ciclo comandado por Martín Karadagián comenzó a escribir su historia televisiva, por más que el barbado luchador ya era bien conocido en el ambiente del Catch as Catch Can, actividad en la que era un valor de peso desde 1947. La efeméride coincide con un rescate de la figura popular de su creador, que el próximo 30 de abril cumpliría 90 años y quien integra la Galería de los Ídolos Populares inaugurada por la Presidenta el pasado 8 de marzo. A tono con la fecha, dos libros intentan bucear en la historia del campeón del mundo y de sus criaturas. Martín y sus Titanes, escrito por Leandro D’Ambrosio y editado por Del Nuevo Extremo, y El gran Martín, de Daniel Roncoli (Ed. Planeta).
A D’Ambrosio el libro le llevó cuatro años. Comenzó a rastrear la historia de Karadagián en 2008 y entrevistó a más de 18 ex luchadores. El trabajo más grande, según revela, fue cotejar la verosimilitud de las historias, dado la tendencia a agrandar los recuerdos por parte de algunos de ellos. “Son muy ególatras y es difícil determinar la realidad. Muchas veces se arrogan papeles que no tenían, personajes que no interpretaron o exageran sus anécdotas con el fin de figurar”, asegura el periodista, que se define a sí mismo como “especialista en tele de los ochenta” y fanático de las películas de terror, una devoción que lo llevó a escribir también un libro sobre Narciso Ibáñez Menta, en coautoría con el músico y conductor radial Gillespi.
“La última época de Karadagián arriba del ring es 1983. En ese entonces yo era muy chico, pero me enganché con las máscaras y la creación de los personajes. Esa temporada él tuvo muchos enmascarados”, afirma D’Ambrosio. Y es cierto. Entre tantos luchadores destacaban El Androide, El Androide de Plata, El Androide de Oro, Dink C, La Momia, La Momia Negra, La Hormiga Negra, todos con la cara tapada.
El libro está documentado desde lo fotográfico de una manera impecable. Fotos, fotos y más fotos. Algunas aportadas por coleccionistas, otras por periodistas, algunas más extraídas de hemerotecas y muchísimas más compradas por D’Ambrosio, que se volvió un rastreador incansable de todo lo relativo al programa. Recortes, programas de jornadas de lucha y pósters se convirtieron en una obsesión. Incluso se dedicó a buscar videos viejos de televisaciones antiguas. Consiguió pocos. Una que un coleccionista compró en miles de dólares y como un tesoro le permitió pispearlo en su casa con la única condición de que no lo copiara, que sólo lo admirara a su lado. El video es de una lata que Karadagián exportaba a Centroamérica, por lo tanto está relatado en neutro y sin el aporte vital de Rodolfo Di Sarli, una pata ineludible del proyecto.
Otra de las versiones fílmicas la vio en el Archivo General de la Nación y corresponde a la legendaria pelea con “El Mono” José María Gatica, con quien combatió en la cancha de Boca en 1957. La idea de Karadagián era tenderle una mano al ex campeón de boxeo caído en desgracia debido a la proscripción de la llamada Revolución Libertadora, que se había encargado de prohibirlo por su filiación peronista. Acordaron una pelea, pero el púgil se envalentonó con el rugido de la multitud y le pegó de verdad a Karadagián, rompiéndole una costilla. El armenio reaccionó y lastimó en serio a Gatica, quien jamás se recuperó de la lesión infligida por el catcher.
Del líder se dicen infinidad de cosas. D’Ambrosio las enumera como al pasar y prefiere centrarse en los aspectos positivos de aquel ídolo popular fallecido en 1991 a los 69 años, con una diabetes avanzada que le costó la amputación de una de sus piernas. “Que era muy severo con la disciplina, que era muy rígido, un dictador. Que era avaro y hasta bastante jodido con su ego”, puntea, y ejemplifica: “A Martín no le gustaba que los luchadores a cara descubierta le hicieran sombra. No lo toleraba. Por eso no dudaba en hacerlos fajar de verdad, hasta mandó a lesionar a alguno. Lo otro que hacía para dirimir un pleito era decirles a los dos personajes que ganarían la pelea, entonces se mataban arriba del ring”.
La otra observación que realiza el periodista se debe a la extraordinaria fuerza del pequeño gigante. Es que Karadagián no llegaba el metro sesenta de altura, pero era un luchador más que bravo, capaz de invitar a combatir a cualquiera que se le parara de manos. “El método era pelear a puertas cerradas en el gimnasio, en una lucha denominada pistola, es decir que no tenía reglas fijas. Karadagián era bravísimo en ese tipo de lucha y nadie quería pelearle. La excepción fue Dakar, que dicen que le ganó”.
Pero más allá de habladurías varias, de opiniones a favor y en contra, hay virtudes en las que todos coincidieron. Una de ellas es la rapidez de Martín para hacer plata, en la viveza para amasar fortuna. “Era un gran empresario; fue el pionero de los PNT (Publicidad No Tradicional) en Argentina. Inventó luchadores a pedido de las marcas. Yolanka, por ejemplo, era un yogur de Kasdorf; también estaba STP (el lema era “Su tuerca preferida”); el Capitán Zum, que ingresaba al ring disparando unos resortes plásticos que después se vendieron en los kioscos; El Gran Pan, auspiciado por una panificadora; El Capitán Minerva, jugo de limón; Dink C, que era auspiciado por un jugo de naranja, o El Príncipe de Napoli, que promocionaba fideos”.
Dentro de esta visión comercial se puede encuadrar la historia de uno de los fenómenos más misteriosos de la historia de Titanes. “Cuando surge El Hombre de la Barra de Hielo, Martín enseguida lo deja al aire porque tenía la idea de que alguna fábrica de hielo lo auspiciara o alguna marca de heladeras. Que el personaje entre con una heladerita al hombro o algo parecido. Pero nadie picó”.
Haber hecho el libro le permitió a D’Ambrosio trabar una buena relación con dos Titanes emblema: José Luis, el Español, y Rubén “El Ancho” Peucelle. “El Español es un tipazo y uno de los pocos luchadores que está bien económicamente. La mayoría es un tiro al aire, pero él le hizo caso a Martín, que les repetía que no abandonaran sus trabajos, que la lucha era una changa”.
En relación con el ego de los protagonistas, hay un tema que enfurece al autor de Martín y sus Titanes. Es la popularidad que tomó el mediático Oscar Demelli, que se presentó y se presenta como La Momia. “Eso no es cierto. Es un segundo que entró a mitad de la década del setenta a la troupe. Lo hizo entrar José Luis, que al día de hoy reconoce que fue un error. Demelli manejaba el cajón de los trajes y a veces se disfrazaba de momia para repartir volantes. Es un mitómano, y por eso lo omití completamente del libro”.
D’Ambrosio elige no ahondar en los pleitos legales que debió afrontar Karadagián con los luchadores que le entablaron juicios laborales, luego heredados por su única hija, Paulina. La disyuntiva era si los catchers tenían o no relación de dependencia con la empresa. Tampoco quiso profundizar en detalles escabrosos alrededor de la figura del mítico campeón. “Lo que busqué al hacer mi libro es que los luchadores me cuenten sus vivencias. Lo que quise es hacerle un homenaje a Martín Karadagián. En definitiva, un homenaje a mi propia infancia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario