Ese episodio sirvió para hermanar la canción porteña con las carreras de caballos y para afianzar una relación entrañable entre Gardel y Leguisamo. Este último solía señalar al cantante como su hermano del alma y nunca pudo evitar que las lágrimas le inundaran los ojos al recordarlo. Pero sería una injusticia creer que la fama del jockey se reduce a ser el destinatario de esos versos de Carlitos. Por el contrario, Legui fue el máximo protagonista de toda una época del turf nacional, en el que se destacó por su efectividad y por su vigencia.
Leguisamo llegó a nuestro medio en 1922, con apenas 19 años, proveniente de su Uruguay natal y luego de haberse hecho famoso en Maroñas, el máximo escenario de ese país. Ya al año siguiente ganó la primera de las 21 estadísticas (tabla anual de mayor efectividad de los jockeys) que alcanzó en nuestro país, 14 de ellas de manera consecutiva.
En aquellas épocas en que sólo había reuniones los fines de semana y por eso eran esperadas con gran expectativa (no había tantos hipódromos ni existía la gran oferta de juegos de azar que hay en la actualidad), Leguisamo logró una de sus mayores hazañas el 13 de diciembre de 1931, cuando venció en siete de las ocho carreras del día en Palermo (en la otra fue segundo). También dejó su sello al obtener el primer triunfo en la inauguración de San Isidro, en 1935. Sus triunfos en grandes premios se cuentan por decenas: 18 veces la Polla (nueve la de Potrillos y otras tantas la de Potrancas), diez el Carlos Pellegrini y once el Gran Premio de Honor, entre otros clásicos. Se calcula que en toda su trayectoria se impuso en 3200 de las alrededor de 12.700 carreras que disputó.
Además de su envidiable foja de triunfos, Legui entró en el corazón de los hinchas por algunas montas que hicieron historia. En 1940 condujo a la yegua La Mission a una hazaña hasta entonces sólo reservada a los caballos: la Triple Corona, integrada por la Polla de Potrancas, el Jockey Club y el Gran Premio Nacional (luego Máximo Acosta perfeccionó el logro agregándole el Pellegrini). Y en los años 50 condujo a Yatasto, que ganó 22 de sus 24 salidas a la pista: el día que dejó el invicto en San Isidro el asombro fue doble, porque no ganó el “caballo del pueblo”, como se lo llamaba, y también por la derrota de Leguisamo.
Ídolo de multitudes, precursor de una camada de grandes jockeys orientales que en años más recientes prolongaron Vilmar Sanguinetti y Pablo Falero, el gran Legui dejó otra marca histórica: ganó su última carrera a los 70. Fue un fugaz regreso para subirse a dos caballos que había comprado el cantante Palito Ortega, a quien quiso como el hijo que nunca tuvo con su esposa Memé. Fue por un pedido especial de Palito, quien no dejó que ningún otro jockey los condujera. En diciembre del 73, el uruguayo se subió en un mismo fin de semana a Bablino y a McHonor, los hizo ganar y se dio por cumplido. Ya había hecho mucho para que el grito “Leguisamo solo” lo acompañara por el resto de su vida.
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