martes, 30 de julio de 2013

Juan Verdaguer el Buster Keaton Rioplatense

Tenía algo de Buster Keaton por el humor, la figura menuda, su impasible cara de póquer y sus orejas
satánicas terminadas en punta. Bajo su caparazón casi protocolar de indumentaria de etiqueta, se escondía la desopilante, melancólica y romántica condición del payaso.

La historia de El Señor del Humor arranca en julio de 1915, en Montevideo, Uruguay. Pero sus padres, que eran gente de circo, enseguida se afincaron en Buenos Aires: Lindolfo Verdaguer era equilibrista y tony; su madre, Aída, integró la troupe acrobática de los hermanos Queirolo.

El benjamín de cuatro hermanos debutó en 1932 en la pista del circo Continental, que era de la familia. Fue en Cruz del Eje, Córdoba, durante una matiné, el horario en el que hacían sus primeras armas los artistasnovatos.

Recorrió América con esa exótica y arriesgada habilidad para permanecer durante horas en el último travesaño de una escalera de cinco metros de alto y una sola hoja. "Para hacer esta prueba no debo comer. Y para poder comer debo hacer esta prueba", evocaba con su cinismo sarcástico. Ese número, que completaba tocando con su violín las Czardas, de Monti o La cumparsita, se lo enseñó su madre. "El violín me salvó de muchísimas situaciones porque al principio tenía que empeñarlo seguido. Tantas veces que el hijo del prestamista tocaba mejor que yo".

Juan no tenía perro pero sí a Punch, un elefante al que tuvo que dejar en las arenas del circo cuando se fue a medir su autonomía en los grandes casinos cariocas de Brasil, donde adaptó su número al estilo elegante de los night clubs. Allí desconcertaba al público: vestido de frac y violín en mano, hablaba de cualquier cosa con la actitud de quien en cualquier momento se larga a tocar el instrumento. Pero exclamaba, muy serio: "¡Cómo me gustaría saber tocar el violín!", y desaparecía. Las carcajadas de la gente estallaban.

En el 42 llegó a Nueva Orleáns, Estados Unidos, a bordo de un tren carguero y enseguida se ganó su espacio en los incontables varietés que funcionaban en los pueblos de la periferia. Y, aunque en la década del 50 llegó la televisión y se esfumó el ochenta por ciento de los vodeviles, a Verdaguer lo salvó del desempleo la originalidad de su número de la escalera. "Sí, fue como una bomba, pero tuve suerte y seguí trabajando".

Sin embargo, una noche —mientras tocaba Me vuelves loco— se le rompió una cuerda. "Y paré. Y la orquesta también paró. Y los mozos pararon de servir. Y la gente paró de comer. Miré al público y comenté muy serio: mi madre me advirtió que algún día me iba a ocurrir esto". Tras unos segundos de silencio, la gente se largó a reir. "Ustedes no se reirían tanto si supieran que solamente hace tres días que estoy haciendo esta prueba", remató. Allí, imprevistamente, nació el comediante que hasta tuvo su participación en el famoso Show de Ed Sullivan, de la televisión norteamericana.

Del estilo sutil con el que ahondaba en la ridiculez humana, de su fino buceo en las aguas del absurdo, del chiste cerebral, estaba hecha su marca. "De mis padres, a través de incontables itinerarios trashumantes, aprendí que lo que llega al íntimo espíritu del público tiene un eco más perdurable y efectivo que lo epidérmicamente festivo", aseguraba.

Fue en el México de los 50 donde tuvo su primera gran experiencia teatral como protagonista de Blum, que en Buenos Aires había hecho Discépolo. "No quise copiar las indicaciones que sobre él quisieron darme. Lo hice como lo sentía y afortunadamente resultó un éxito". De hecho fue la obra de mayor duración en un escenario azteca y una placa de bronce en el hall del teatro fijó para siempre el suceso.

Por entonces conoció a Goar Mestre quien lo contrató para trabajar en la televisión argentina. "Señor, señora, no tiene que sintonizar su televisor... mi cara es así", decía a la cámara.

Su paso por el cine fue fugaz —sólo hizo tres películas— pero su dramática composión del oscuro pensionista Camilo Canegato de Rosaura a las diez, el filme de Mario Soficci, resultó inolvidable.

Se definía como un monologuista. Para la revista —donde también trabajó— escribió diálogos que compartía con una pulposa bataclana. Primero, la pulposa mujer lo presentaba. "Habló tan bien de mí que escuchándola creí que me había muerto". Y ella le contestaba. "Usted va a vivir hasta los 80 años". "Yo tengo 80 años", replicaba él. "Se lo dije", remataba ella.

Actuó junto a algunas de las más impactantes vedettes. "Había chicas realmente impresionantes. Las hermanas Rojo (Ethel y Gogó); Nélida Roca, que no sabía bailar, pero caminaba y ya era suficiente para dejar a todo el mundo con la boca abierta; la lechuguita Zulma Faiad también tenía lo suyo y más tarde apareció Moria Casán, que todavía no estaba tan desarrollada, pero ya se notaba que era muy inteligente". Pero sus compañeros más bromistas en los camarines fueron Hugo del Carril y Mariano Mores: "Un día te ponían goma de pegar en el asiento; otro, harina en el piano" .

Roberto Pettinato inventó en su ciclo Duro de acostar una marioneta para homenajearlo. Se llamaba El gato de Verdaguer y contaba chistes con su estilo y una voz idéntica a la del humorista. Una vez Verdaguer cayó de imprevisto en el programa y el conductor se pegó un susto bárbaro porque Verdaguer le hizo creer que iba a demandarlo por el uso de su apellido. La pasaron bien y Petinatto le insistió para que volviese: "Pero, ¿qué pasa? ¿No tenés inventiva?". Con poco trabajo —lo último fueMasters, en el 2000— en un mundo ganado por el reduccionismo de la palabra y el sentido, Juan Verdaguer sabía cuánto valía lo suyo.

jueves, 25 de julio de 2013

Murió el actor Duilio Marzio y el cine y el teatro están de duelo

La Asociación Argentina de Actores informó hoy que alrededor de las 4.30 falleció a los 89 años el actor Duilio Marzio.

Marzio, cuyo verdadero nombre era Duilio Bruno Perruccio La Stella, tenía una larga trayectoria televisiva, teatral y cinematográfica. Sus últimos trabajos fueron "El último encuentro", junto a la recordada actriz Hilda Bernard y Fernando Heredia, y la película "Silencios".
"Duilio Marzio entregó lo mejor de sí en el escenario y en la vida sindical como dirigente de la Asociación Argentina de Actores", consignó la oficina de prensa de la AAA en su cuenta de la red social Twitter y en su perfil de Facebook.
El actor participó en más 40 películas, y su actuación más recordada fue en Paula cautiva (1963) de Fernando Ayala con Susana Freyre.
Una de sus últimas apariciones en el teatro, que lo hizo ganador del premio ACE a mejor actor en 2009, fue con la versión teatral del libro de Sándor Marai, El último encuentro, junto a Holda Bernard y Fernando Heredia.
En una de sus últimas entrevistas, Marzio confesó: "Mi único gran defecto es que no me casé, aún. Pero he tenido largos matrimonios sin papeles, he dejado y me han dejado, no me puedo quejar. Como decía un personaje de La Strada, cada piedrita de la vida tiene su razón de ser".

Los sombreros siempre han sido un toque de elegancia

Aunque parece una tarea sencilla, la elaboración de un sombrero, de manera artesanal, requiere arte y oficio, algo que no se aprende más que de boca en boca y de esa manera, se convierte en una tradición familiar, como ocurre con la familia Maidana, que se dedica a la fabricación de sombreros desde fines del siglo XIX, cuando el señor Luis Maidana, comienza marcando "tafiletes" (tira de cuero que va en el interior del sombrero en la base de la copa, donde se une con el ala), para un local muy importante que estaba situado en el microcentro.

Fueron cambiando las costumbres de esos tiempos, la gente comenzó a usar más sombreros y el señor Luis, con un compañero, dejan de trabajar allí y abren una pequeña sombrerería, en la calle Victoria (actual Hipólito Yrigoyen 1836) .

Luego continuó el hijo de Luis, Luis Bonifacio y se trasladaron a Rivadavia 1943, en el año 1936, con una sombrerería más grande, y abriendo luego una sucursal en Pueyrredón y Santa Fé.

El fue quien desarrolló la industria y el modelaje de sombreros y en las décadas del 40 y el 50, que fueron muy importantes, porque históricamente hace una explosión la clase media, nadie podía salir a la calle si no era con sombrero y al aumentar la demanda de los mismos, le fue muy bien en ese rubro. Al fallecer, en 1962, continuó con esta tradición familiar, el señor Jorge, padre de Adriana, quien gentilmente nos recibió para contarnos la historia de su familia e interiorizarnos, acerca de cómo se fabrica artesanalmente cada sombrero.


El señor Jorge se hizo cargo de la sombrerería y en 1968 se inauguró este local, que tiene la vivienda en la parte superior (Rivadavia 1923), y como el mismo nos contara, "en aquellos tiempos no había tanta gente golondrina como ahora, se echaban raíces y se permanecía en el mismo lugar, por eso yo quise tener el local y la vivienda juntos y cuando lo terminé (dijo con gran emoción), mirándolo desde la vereda de enfrente: 'papá, ahí lo tiene'... aunque no lo pudo ver".

En 1971, Jorge creó un modelo de sombrero al que llamó "corazón de potro" que tuvo mucho éxito, sobre todo entre los criadores de caballos criollos y todo lo que es la Pampa Húmeda y también la Patagonia. Es un sombrero que entró muy bien en el mercado, en todo lo que es la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba y ahora se extendió a toda la Patagonia.

Le preguntamos a Adriana ¿Qué particularidad tiene ese sombrero? 

"El modelo tiene una copa cónica, ala corta, de 7 cm y el barbijo. Es distinto al que usaba el gaucho en el resto del país, "el campero", una derivación del sombrero sevillano. El campero es usado en la Mesopotamia, Santa Fé, Chaco y Formosa, derivado del sevillano, que tiene el ala más ancha, copa redonda y más chatita y el sevillano tiene la copa más alta, la base de la copa es lisa y en el campero es redondeada".

"También usaban el chambergo de ala ancha, en Salta y la zona del noroeste del país. Cada zona tiene su sombrero característico, que no es por capricho, sino por necesidad de cada lugar".

"En toda la zona norte es necesario que el sombrero tenga ala ancha, para protegerse del sol. En la Pampa Húmeda y el sur, necesitan protegerse del viento y el frío, por lo cual, no es necesaria el ala tan ancha, ya que no sería práctico".

Jorge aprendió el oficio desde chico y recordó eso muy simpáticamente, porque comentó, que cuando él se acercaba a mirar, lo echaban. Hasta hace dos años, era quien modelaba, pero actualmente, su hija Adriana se dedica de lleno a dar continuidad a este negocio de familia, con ayuda de su hermana, en la parte administrativa. Cada una tiene una función determinada. Agustina, hija de Adriana, también colabora y atiende el local.

Adriana tiene dos hijos (una mujer y un varón) que más allá de seguir sus carreras universitarias, seguramente, también den continuidad a esta tradición, ya que además de llegar a ser profesionales en lo que han elegido estudiar, tienen la ventaja de un prestigio bien ganado que sería bueno que no se corte y continúe.

¿Se perdió la costumbre de usar sombreros como en otros tiempos?

"Sí, el avance de las grandes ciudades y los cambios en la manera de vestir, la complicación que implica viajar en colectivos y subterráneos, los automóviles que redujeron sus espacios, hacen que el uso de sombreros, resulte incómodo. Antiguamente, hasta estaba previsto, en los cines, debajo de las butacas, un lugar para guardar el sombrero, al igual que en los restaurantes, que sobre cada mesita había un estante para apoyarlos".

¿En estos momentos que el tango está en su apogeo, se venden muchos sombreros tangueros?

"Sí, vienen muchos turistas, a raíz de una revista de Estados Unidos, en la que se publicó acerca de los lugares para visitar en Buenos Aires y citan nuestro local, como otro punto de atracción, en cuanto al trabajo artesanal y nuestra permanencia en el tiempo. Les llama la atención ya que en Europa, esta costumbre se fue perdiendo y aquí la seguimos manteniendo. Quedan muy pocas sombrererías artesanales en el mundo y la que más se destacó fue la Borsalino, que cerró y compró la marca una empresa norteamericana, pero ya no es el típico sombrero 'Borsalino'".

¿En qué consiste la técnica Borsalino?

"Fue invención del señor Borsalino, que tenía muy buena calidad de campana (la materia prima con la que se va a modelar el sombrero) Era una mezcla de pelo de liebre con una pequeña parte de pelo de conejo, que era como un terciopelo. Los vascos franceses desarrollaron la técnica y luego los italianos, pero Borsalino fue lo máximo en esto".

¿Vienen muchos extranjeros a comprar?

"Los turistas que nos visitan suelen llevar tarjetas del local, y cada año, viene alguien recomendado por quienes ya nos visitaron y conocen la calidad de nuestros productos. Vienen muchos franceses, italianos, españoles y alemanes que además preguntan dónde va a bailar tango la gente de Buenos Aires, porque les gusta ir a conocer las milongas"

¿Qué tipo de sombrero se utiliza para el tango?


"Para el tango se utiliza el sombrero partido al medio y el chambergo. El primero es una derivación del modelo austríaco y el Orión, que es el que usaba Carlos Gardel, como el "bombín", pero en lugar de tener la copa redonda, está partida al medio y el ala tiene reborde. El partido al medio, en vez de tener reborde, tiene el ala planchada como en la época en que comienza a popularizarse el tango".

"Al tanguero le gusta el detalle, la cinta de seda, que le da un toque diferente".

¿Cuál es el sombrero más vendido?

"El de tango se vende muy bien y además, cada sombrero debe adaptarse al tipo de cara y de físico, por lo que el sombrero debe verse bien en cada persona, adaptándolo a sus características".

Por ejemplo, el señor Jorge, le indicó a Adriana que trajera para mi una gorrita tipo golf, que pesa solo 33 gramos y según su conocimiento sabe captar muy bien lo que va para cada persona, ya que nunca hubiese pensado en comprarme una gorra de ese estilo y realmente sentí que me quedaba bien. Más allá de probarla, Jorge tuvo la generosidad y delicada atención de decir que me quedaba muy bien y obsequiármela.

Adriana nos dice que "por esa razón, al sombrero, en lunfardo, se le llama funyi (hongo) y eso es lo que hay que evitar, una persona de contextura pequeña con sombrero grande (que parecería un hongo) o viceversa".

¿Cuántas fábricas de sombreros hay en Buenos Aires?

"Sombrererías tradicionales, hay dos más, después hay otras casas que venden sombreros, pero también corbatas y otras cosas".

¿Algún famoso que le haya comprado sombreros?

"Fernando Soler, nos ha comprado e incluso, cuando Liza Minelli estuvo en Buenos Aires le obsequió un sombrero tanguero. Schumacher, también tiene uno nuestro y boxeadores como Archie Moore y jugadores de fútbol, como Labruna y otros".

¿Con el auge del golf, se venden muchas gorritas?

"Sí, gorritas y sombreros, que por el ala, protegen más que la gorra, porque como los torneos son muy extensos y hay que cuidarse del sol, no puede faltar el sombrero y el protector solar para este deporte".

¿Entre los porteños, hay alguna franja dentro de la sociedad que se caracterice por el uso del sombrero?

"Sí, por ejemplo, como accesorio de vestir lo usan los abogados, jueces, políticos y algunos médicos. También la gente que practica turismo aventura o tiene un country, lo usan para protegerse del sol".

¿Podrías contarnos cuándo comienza a usarse el sombrero en Buenos Aires, cuáles fueron los modelos y cómo fueron cambiando?

"El uso del sombrero viene de la época de la colonia, San Martín cruzó los Andes con un sombrero jipi japa, hoy conocido como Panamá, que le había regalado Bolívar".

"Ese tipo de sombrero se llamó Panamá porque, cuando se construyó el canal de Panamá, los ingenieros eran norteamericanos pero los obreros eran polacos y muy blancos, entonces, al estar en esa zona tan cálida, cerca del Ecuador, debían protegerse del sol con sombreros".

"Luego, a mediados del siglo XIX comenzó el uso de la galera y posteriormente, el bombín en invierno y el rancho en verano".

Hasta en las manifestaciones, los hombres iban a protestar con sombrero (increíble, me hizo pensar en los piqueteros actuales, con capuchas y palos).

¿Bueno, ahora podrías mostrarnos cómo se elabora un sombrero?

  
Lo más importante es el fieltro, que se fabrica con pelo de liebre compactado con fuerza centrífuga y queda como algo consistente y rígido.

Esto resiste la lluvia y la nieve. Vamos a demostrarlo. Adriana llenó la copa con agua y no filtraba ni una gota.

Luego, dependiendo del modelo y medida, se elige la horma, que se coloca en la copa, se sujeta con hilo, se pone al vapor, para darle flexibilidad y forma.

Una vez que queda bien marcada la copa, se le van lijando los bordes, para que queden lisos y prolijos. Se deja secar durante 24 horas, para que adquiera bien la forma.

El próximo paso es el planchado del ala, el corte de la misma a la medida que prefiera el cliente, luego se corta el tafilete (la tira de cuero interna) a la medida y después pasa a la costurera. Se prepara la cinta que va a llevar y si es un modelo de campo, el barbijo, el moñito de terminación que lleva adentro y la costurera, cose todo a mano, para que vuelva a la parte del modelaje.

Allí termina todo el proceso y se obtiene un sombrero realmente artesanal, bien terminado y listo para la venta.

Alberto, quien trabaja allí desde hace 20 años, hace 10 sombreros por día. Comenzó barriendo la vereda del local y luego, mirando cómo trabajaban los demás, fue aprendiendo el oficio. Le agradecemos mucho su gentileza de enseñarnos el paso a paso de este artesanal trabajo que realiza con tanta dedicación.

También, un agradecimiento especial para el señor Jorge Maidana, su hija Adriana y su nieta Agustina, que nos han recibido tan cordialmente.

 Si usted ingresa a Maidana Sombreros, seguramente no sabrá por cuál decidirse, aunque Jorge o Adriana le harán la sugerencia correcta e ideal para su personalidad.

lunes, 22 de julio de 2013

Manuel Puig

General Villegas, 1932 - Cuernavaca, 1990. Novelista argentino que a través de su afición por el cine y el uso paródico del habla coloquial creó una singular literatura. Fascinado por el séptimo arte, se vinculó en Buenos Aires a las vanguardias artísticas; marchó a Italia a estudiar cine y luego a Nueva York, donde amplió su conocimiento de sus estrellas preferidas, Greta Garbo, Marlene Dietrich y Rita Hayworth.

Su infancia transcurrió en el aislamiento de la pampa bonaerense. En 1951, una beca le permitió estudiar en Roma cinematografía (asistió a unos cursos de C. Zavattini) y trabajó luego en varios films como ayudante de dirección. La influencia del cine sobre su narrativa no es sólo de orden técnico sino también social y ambiguamente temático, configurando su mensaje, pues, al igual que el serial radiofónico, sirve al autor como marco y modelo que encuadran sentimentalmente la cursilería de la pequeña clase media. Dos rasgos merecen añadirse: el original enfoque del autor, que es implacablemente objetivo y de un humor ambiguo, y su predilección por personajes femeninos.

La propia actriz consintió en que utilizase su nombre en la novela La traición de Rita Hayworth (1968), que relata la iniciación amorosa de un adolescente a través de escenas de comedia rosa de Hollywood. Se trata de una evocación de su infancia pueblerina que resultó finalista en España del premio Biblioteca Breve. El periódico francés Le Monde la proclamó una de las mejores novelas del bienio 1968-1969. La estructura de la obra se basa en la superposición de distintos recursos que ponen de manifiesto las fantasías y alienaciones de los personajes.
Las novelas de Manuel Puig. Frescas, incisivas, melodramáticas, provocadoras, sensuales, sensatas y, créase o no (luego de semejantes epítetos), argentinas. Sus historias son tan cercanas a nuestra idiosincrasia -perdón por palabra tan adusta- que causan gracia y lamento. Más que detrás del espejo, como nos lleva Lewis Carroll con su Alicia, Puig nos pone magistralmente frente al espejo, quizá guiado por lo que él mismo decía: "Hay que pintar el mundo del cual uno se siente testigo privilegiado".
Ahora sus novelas están al alcance de la mano (también del bolsillo, la edición es económica) y del ojo: sus nuevas tapas tienen plena gracia y se corresponden con el amor al cine que tenía Puig. El sello Booket lanza en diciembre una primera entrega que consta de cuatro novelas: Pubis angelical, Sangre de amor correspondido, Cae la noche tropical y, una de las mejores, La traición de Rita Hayworth. Esta última es, en realidad, la primera. Se publicó en 1968 y causó revolución en la literatura. Nunca se había "escuchado" una prosa así. Y digo bien escuchado, porque el estilo de Puig se centra en lo que se dice. Eso no significa que sea una prosa de la oralidad, como se la solía clasificar. Se trata de lo que se dice en lo que se escribe. No es una traslación de modos de hablar, aunque la novela alterna primeras personas y también diálogos o diarios. Es la construcción de una voz en una lengua novedosa. Por momentos Toto, el protagonista, cuenta sus cuitas, luego lo hacen la niña Teté o Héctor, el primo seductor, o la pecadora Paquita, o dialogan Choli con Mita. Todo esto ocurre en un pueblo polvoriento, hundido, pero, sobre todo, chismoso y aglutinado, donde no hay sombra que proteja al audaz, y menos si la audacia radica en la indagación de sus impulsos o la búsqueda de sabores nuevos.
También en esta primera novela Puig traza las coordenadas del escenario para sus glamorosos y enquistados personajes, el pueblo de Coronel Vallejos, de fácil asociación con General Villegas, donde el propio escritor pasó -y en parte, sufrió- su infancia y adolescencia. El mismo pueblo donde transcurre su novela Boquitas pintadas. Una escritura de estilo único, que atraviesa por primera vez -luego habrá émulos- distintos discursos: el del cine, el chisme, el folletín, la literatura, la radio, el diario, etcétera. Y evidencia lo que Alan Pauls, uno de sus mejores críticos, llamó "la zona íntima", no por ello impúdica ni reducida. Más bien honda y conflictiva, en la que se enlaza el chisme con el psicoanálisis, en una cruzada literaria cargada de imágenes imborrables. Como la primera película que vio Manuel Puig, a los cuatro años, en el cine de Villegas, La novia de Frankenstein, con Boris Karloff; o los ojos traicioneros de Rita Hayworth en Sangre y arena, tan invocados en esta novela. 

viernes, 5 de julio de 2013

Luis Sandrini fallecía el 5 de julio de 1980

Sandrini, uno de los actores más populares del espectáculo argentino, fallecía el 5 de julio de 1980, luego de una extensa carrera en el cine, el teatro, la radio y la TV. Nacido como Luis Santiago Sandrini Lagomarsino, en San Pedro, provincia de Buenos Aires, el 22 de febrero de 1905, e hijo de un actor genovés, nunca ejerció la profesión de docente ya que su pasión por la actuación comenzó a temprana edad.
Sus comienzos fueron en el circo Rinaldi como payaso, para luego incorporarse a la compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi, en la que alcanzó una importante repercusión en la pieza “Los tres berretines”, de Malfatti y De Las Llanderas, que luego fue llevada al cine.

Su debut en la pantalla se produjo en 1933, con “Tango”, de Luis Moglia Barth, considerado el primer título sonoro nacional, y donde acompañaba a diversas luminarias, entre ellas a Tita Merello, su pareja de entonces. El carismático actor tuvo un reconocido éxito con el filme “Riachuelo”, de Luis Moglia Barth y desde ese momento se convirtió en una referencia inevitable del cine argentino desde las décadas del 30 y el 60, con una personalidad que sobrepasó los personajes que le tocaron en suerte.

Estilo único

Sandrini conquistó al público de nuestro país, del continente y aun el español con un estilo único, que mezclaba el humor con lo sentimental y que era el espejo de una sensibilidad más bonaerense que porteña, hecha de ingenuidad y picardía. Se lo comparaba con el mexicano Mario Moreno “Cantinflas” y se decía de él que era el Chaplin argentino.

Por más que cambiaran los títulos, el público sabía lo que iba a encontrar cuando iba a ver “una de Sandrini”: un personaje tierno, generalmente tomado de punto por los villanos de la historia, que solía demostrar finalmente su inocencia aunque en algunos casos a costa de perder a la chica, como recuerda la agencia Télam.

Curiosamente, el “malo” de muchas de sus películas era encarnado por su hermano Eduardo, quien, ayudado por su físico enjuto, sus bigotitos y la malignidad de sus cejas enarcadas, era el candidato ideal para esos papeles. Aunque se dice que en la vida real era todo lo contrario.

De Sandrini se recuerdan sus inolvidables expresiones como el tartamudeo en sus personajes y la frase “la vieja ve los colores”, como así también ese increíble amor a la madre, generalmente con el rostro de María Esther Buschiazzo, trampolín preferido a la hora de las lágrimas.

Ese personaje nacido en el cine y modelado en la escena terminó pasando a la radio y a llamarse Felipe, el prototipo de porteño bonachón que en los primeros años 60 desembarcó en TV, en Canal 13, en una primera fila compartida con Pepe Biondi y José Marrone.

jueves, 4 de julio de 2013

Por qué se celebra el 4 de julio el Día del Médico Rural

En Argentina, los 4 de julio son jornadas para celebrar el Día del Médico Rural. Es en homenaje a la fecha
de nacimiento del doctor Esteban Laureano Maradona. Oriundo de la ciudad santafesina de Esperanza, llegó a la vida en 1895 y falleció 100 años después, enRosario.
Maradona fue un médico rural, naturalista, escritor y filántropo argentino, famoso por su modestia y abnegación, que pasó 50 años ejerciendo la medicina en Estanislao del Campo, una remota localidad en la provincia deFormosa.
Su vida fue un ejemplo de altruismo. Colaboró con las comunidades indígenas en varios aspectos: económico, cultural, humano y social.
Es autor de obras científicas sobre antropología, flora y fauna. Renunció a todo tipo de honorarios y premio material, viviendo en la humildad y colaborando con su dinero y tiempo con los más menesterosos, a pesar de que pudo haber tenido una cómoda vida ciudadana, gracias a sus estudios y a la clase social a la que pertenecía.
Un par de frases dichas por él sintetizan muy bien su pensamiento sobre su profesión y su manera de vivir: "Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes". "Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado."