miércoles, 30 de octubre de 2013

EL BAR FUN FUN DE MONTEVIDEO

Inaugurado el 12 de diciembre de 1895 dentro del Mercado Central, ha permanecido por cuatro generaciones en manos de la familia del fundador. Uno de los pocos casos que conocemos en Montevideo y de los pocos que deben existir en el mundo, porque la tónica de este tipo de comercio es la de cambios de dueño. Fundado por Augusto López, le ha sucedido su hijo “Coco”, su nieta Mabel y desde el año 2000 su bisnieto Gonzalo Acosta López, quien ha sabido darle un nuevo giro para amoldarlo a los tiempos actuales. Podemos decir que en estos 115 años el FUN FUN se ha convertido en una tradición montevideana, asociado a la vida de la ciudad y comentario de turistas y visitantes de otras partes del mundo. También resulta referencia para la mayor parte de los autores que han escrito sobre el tema de los cafés como Puppo, Sisa, Michelena, Soto, Domínguez, Delgado Aparaín, etc, que han dado buena cuenta de sus virtudes y señalado sus peculiaridades. Lo han citado, asimismo, artículos de diarios, revistas y sitios web pero muchas veces se repiten unos a otros, palabras lindas pero con pocos datos nuevos por lo que hemos optado por una entrevista de primera mano a Gonzalo, el nombrado bisnieto del fundador y actual administrador, hombre joven pero profundamente imbuido del espíritu del local y respeto por su valor emblemático. 
Sentados frente a frente, copa de Uvita de por medio, transcurrió una larga conversación con la finalidad de cotejar las referencias documentales con su visión testimonial. Para entender los orígenes del FUN FUN hay que remontarse a la época de esplendor del Mercado Central que fue inaugurado con gran pompa en el año 1869 para suplantar al de la Ciudadela, demolido pocos años después. La zona sur de la ciudad vivía por entonces un rápido crecimiento y el Mercado oficiaba de nexo entre el “bajo” de Yerbal y Camacuá con las activas arterias que rodeaban al nuevo mercado. Años después, hacia 1890, las viviendas y los comercios llegaban contra la costa del río de la Plata, tocando casi el murallón levantado para protegerlos del oleaje que a veces se mostraba embravecido. En el Mercado Central convergían los proveedores llegados de campaña con los dueños de los puestos y los clientes que venían a surtirse de frutas y verduras, carnes, embutidos y pescados. Un mundo que vibraba con pulso propio dentro de la ciudad como lo señalamos en nuestro libro “Mercado del Puerto. Historia, gastronomía y cultura en el corazón de Montevideo”,de próxima aparición. Un hormiguero desde el amanecer hasta la puesta del sol, que cerraba las puertas para dar cabida al silencio hasta la mañana siguiente. En ese entorno y para satisfacción de una clientela potencial de trabajadores y clientes fue que Augusto López, un español llegado muy joven desde su Galicia natal (no mercedario como lo repiten algunos artículos de prensa) dejó de vender bebidas en el carrito que arrastraba por las calles del puerto para pegar el gran salto que significaba alquilar un puesto dentro del Mercado. La leyenda familiar recuerda que, como Augusto estaba muy nervioso, acentuaba su natural tartamudez con la expresión repetida de Fun Fun cionará…con lo que quedó asegurado el nombre del negocio. Se trataba de un local interior, pequeño y oscuro, rodeado de puestos de todo tipo. Un mostrador alargado con una barra de estaño sobre la que se acodaban los clientes y contra la pared una chapa de bronce con la leyenda BAAR FUN FUN de AUGUSTO LOPEZ, elementos característicos que todavía se conservan y lustran con el orgullo del tiempo transcurrido. La clientela permanecía de pie o se acomodaba provisoriamente sobre cajones dados vuelta o rústicos taburetes.
El negocio fue creciendo en la preferencia de la gente que, de apurar las bebidas de un rápido sorbo pasó a la charla distendida y a la rueda de amigos, que lo tomaron como costumbre. Ir al Mercado, desde entonces, tenía el motivo de hacer las compras del día con el atractivo extra de premiarse con algún trago espirituoso y conversación amena. La bohemia lo descubrió poco después, valorando ese aire espontáneo y exótico que suelen tener los boliches pintorescos. 
En cuanto a las bebidas, don Augusto como todo buen español, siempre supo de mezclas e invenciones. Lo común por entonces era servir caña o grappa, a veces con hierbas maceradas para acentuar el sabor. En su caso optó por el vino, al que le brindó un toque diferencial. Y de su gusto y probanza inventiva surgió la famosa Uvita, mezcla de vinos cuya fórmula se realiza artesanalmente y se mantiene bajo llave. Hubo otra especialidad, con el nombre de Pégulo, que se preparaba con grafiones, pequeños frutos que han desaparecido, por lo que hace años dejó de fabricarse. Todo acompañado de una buena picada de longaniza y quesos.
Tocando el tema de los visitantes famosos no hay más que mirar las paredes, tapizadas literalmente de fotos, recortes de diarios y revistas, diplomas, avisos de propaganda, banderines de clubes deportivos, anuncios de radios y periódicos que le da un aire de tasca madrileña, bistrot parisien o pub irlandés mientras que otros le asignan un aire de museo. Fotos de centenares de clientes que han pasado por el lugar, todo tipo de clientes, de los famosos y de los anónimos, desde presidentes nacionales o extranjeros hasta amigos en una despedida de solteros y turistas que quieren dejar recuerdo de su visita. Por supuesto que en lugar de privilegio destaca una foto desde la que Carlos Gardel muestra su amplia sonrisa de “mago” de la canción rioplatense, tacuaremboense de nacimiento y porteño por adopción, durante su visita en el año 1933. (Dicho sea de paso sería bueno establecer un itinerario de los lugares que Gardel visitó en Montevideo, entre ellos el café TUPÍ (viejo), el MONTERREY, el TEATRO ROYAL, el café AU BON MARCHÉ, el TEATRO 18 DE JULIO, entre otros). La noche de la visita, tras coronar algunos tangos cantados a capella le entregó una foto a “Coco”, el popular abuelo de Gonzalo con la siguiente leyenda: “Para el campeón de la Uvita y el Pégulo, sinceramente, Carlos Gardel, 1933”.
De personajes de la literatura y la vida bohemia entresacamos una lista de nombres representativos del 900 como Julio Herrera y Reissig, Acevedo Díaz, Javier de Viana, Pedro Figari, Carlos Reyles, etc. Y de tiempos posteriores destancan como habitués Julio Suárez “Peloduro”, Wimpi, El Hachero, Alfredo Mario Ferreiro, Humberto Frangella (popular fotógrafo, pintor y publicista), Raúl Durante, Maneco Flores Mora, el Ñato Pedreira, etc. Y del deporte personajes de la talla de Atilio García e Isabelino Gradin, y símbolos del carnaval como “Cachela” y “Pepino”.
Otra veta la conformaban los artistas argentinos que venían a actuar en Montevideo y solían llevarse de regreso botellas de Uvita de FUN FUN y del guindado de PEDEMONTE (2) , sobre la calle Sarandi. Los memoriosos recuerdan a Sofía Bozán, Alfredo Barbieri, Héctor Mauré, Marcos Kaplan, Juan D´Arienzo, Evaristo Carriego, Alfredo Pedernera, Ángel Labruna, Astor Piazzolla y Horacio Guaraní, entre otros.
 Varias etapas y ubicaciones conoció el FUN FUN en su largo peregrinar dentro y fuera del Mercado, decisiones municipales mediante. Como dijimos, el primitivo nació en el interior pero años después hubo de mudarse en la vereda de enfrente. Las normas cambiaron y pudo regresar al interior y el contacto con su público de siempre. En 1964 el Mercado fue demolido, con pena de no haberse conservado parte de su estructura como área testimonial y centro cultural. Un edificio nuevo y amorfo suplantó sus entrañas y la falta de atractivos interiores se sumó al cambio de costumbres y la aparición del fenómeno del  supermercadismo y los centros comerciales para explicar su decadencia. Por entonces, bien lo recuerdo por mis frecuentes visitas, el FUN FUN ocupaba varios locales formando rincones para comodidad de la clientela, separados por paneles de los que colgaban cuadros, fotos y diplomas. Más tarde el local se mudó a la calle Juncal, justo bajo el restaurant Morini, donde hoy se ubica el Centro Comunal. En el año 1988 fue trasladado a la ubicación actual, Juncal y Reconquista, al principio con entrada desde el propio Mercado y luego con salida directa hacia la calle para independizar su funcionamiento del resto del edificio.
Hoy podemos decir que hubieron dos FUN FUN: el clásico desde los primeros tiempos hasta fines del siglo XX y el nuevo, la segunda etapa desde el año 2000 en adelante. 
Antes el horario era el mismo que el del Mercado, es decir desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche. La clientela, sobre todo en los primeros años era de gente mayor, con sentido locatario, que se reunía casi todos los días para charlar y beber o contar anécdotas. La mayoría se arrimaba al estaño, donde apoyaba las copas y los codos para estar más cerca del contertulio y también del dueño, el inolvidable Coco, uno más en las charlas y discusiones. A veces algún cliente se ponía a cantar espontáneamente, sin micrófono e incluso sin música y luego hacían circular la guitarra boca abajo para quienes quisieran depositara una propina.
Ahora, en esta nueva etapa, la cosa ha cambiado bastante. Abre de martes a sábados de 20 horas y cierra a las 4 de la mañana. Es otro el tipo de público, generalmente más jóvenes, que valoran la música en vivo y el uso de amplificadores para los instrumentos. Un deck de madera desde 1999 gana espacio para una terraza desde donde atender a los fumadores o disfrutar de las noches de verano. Ahora el renovado FUN FUN tiene aire de tangueria o de moderno café concert, pero manteniendo su espíritu tradicional y el aire de magia que integra al visitante. Según Gonzalo su carácter clásico se mantiene porque sigue teniendo una bebida típica, la UVITA que solo se vende en el local, no se aceptó la distribución ni venta en supermercados pese a las ofertas recibidas y ha sabido integrar a los clientes y visitantes a través de centenares de fotos y recortes que cubren las paredes y permiten que muchos clientes se vean reflejados e identificados con el lugar En los últimos años se ha valorado su aspecto patrimonial e integra la lista de bares patrimoniales de Montevideo. 
Por último una referencia a los artistas amigos que concurren habitualmente como Dany Glover, Bryan Adams, Julio Bocca, Sabina (guitarrista argentino) y Dady Brieva (de los Midachis). A veces Ruben Rada se enrosca con Fattoruso y los tambores repican y se contestan en forma espontánea. Como conclusión, su vida y renovada energía proviene de una acertada adecuación a los cambios y las nuevas necesidades de la gente y la ciudad. De la charla con uno de sus clientes de siempre, tanto que forma parte de su espíritu, el periodista Carlos Soto, rescatamos dos perlas de su anecdotario: una que, como todo local que se precie, el FUN FUN tiene su propio tango, estrenado en 1963 por el “potrillo” César Zagnoli con la voz de César Pomar y una reflexión hasta de corte filosófico sobre el valor cultural de nuestros boliches en la vida ciudadana: el FUN FUN de antes era un lugar donde uno “con solo escuchar las conversaciones recibía una lección de vida, basada en una bohemia más aparente que real porque, aunque se tomaran copas y se charlara de todo, uno escuchaba anécdotas y recibía enseñanzas de comportamiento y de una forma de vida”.

 (1) Hasta 1940 solia escribirse con doble a.

(2)Café y sandwichería situado sobre la calle Sarandí frente a la Catedral que bajó las cortinas hacia el año 2000 y abrió por breve temporada en un intento de segundo tiempo en la calle Bartolomé Mitre entre Sarandí y Rincón.



jueves, 17 de octubre de 2013

Casimiro Aín

Conocido como "El Lecherito", "El Vasquito" o más popularmente "El Vasco Aín", fue un destacado bailarín
de tango que tras debutar el circo de Frank Brown, descolló en los escenarios de Europa y Nueva York. Cuenta una leyenda nunca comprobada que el 1 de febrero de 1924, por una iniciativa del entonces embajador argentino ante el Vaticano -muy preocupado por disipar el aura de la inmoralidad del tango y su prohibición eclesiástica-, "El Vasco" Aín, realizó una exhibición ante el papa Pío XI. Prudentemente, su pareja en esta oportunidad no fue la despampanante Edith Peggy, su compañera en el mítico cabaret El Garrón, de Montmartre, sino la traductora de la embajada, la mucho más recatada señorita Scotto. Y el tema elegido no fue "El Choclo" "íQué fideo!", "El fierrazo" o "Abanicáme la zona", que eran las más corrientes sino "Ave María", de Francisco Canaro, que aunque carece de connotación religiosa y alude a la voz de saludo, sonaba más adecuada para la ocasión. Parece ser que a Su Santidad el baile le resultó muy aburrido. No es para menos.

Nacido en Callao y Bartolomé Mitre, en pleno barrio de La Piedad un 4 de marzo de 1882, Casimiro Aín aprendió a bailar desde chico al compás de los organitos callejeros y fue bailarín del circo del payaso inglés Frank Brown, que tuvo mucho éxito en Buenos Aires.

En 1903 viajó a Europa en un buque de carga y a su regreso, tres años después, actuó en el teatro Ópera junto a su esposa. Durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo supo participar en algunos espectáculos y luego viajó a Francia con la orquesta típica que integraban el bandoneonista Vicente Loduca, el violinista Eduardo Monelos y el pianista Celestino Ferrer, verdaderos pioneros de la difusión del tango en el exterior. Corría 1913 cuando los músicos debutaron en luego el mítico Cabaret “El Garrón”.
Más tarde radicado por un tiempo en Nueva York, Casimiro regresó a Buenos Aires en 1916. En los años veinte viajó otra vez a París, donde ganó con su eventual compañera, Jazmín, el denominado “Campeonato Mundial de Danzas Modernas” que se realizó en el teatro Marigny con la participación de más de cien parejas de baile. Con la alemana Edith Peggy, junto a quien se lo ve en una de sus fotografías más conocidas, recorrió toda Europa.
s vasco anSe dice que el primero de febrero de 1924, por iniciativa del entonces embajador argentino ante el Vaticano, García Mansilla, el vasquito bailó ante el Papa Pío XI el tango “Ave María”, de Francisco y Juan Canaro. Su pareja habría sido en esa ocasión la bibliotecaria de la embajada, una señorita de apellido Scotto y el tango elegido recibió la aprobación del Papa. La anécdota fue narrada por el mismo Aín en un reportaje que se le realizó a su regreso de Italia. Algunos investigadores, en cambio, como el musicólogo Enrique Cámara, catedrático de la Universidad de Valladolid y con muchos años de residencia en Italia, no encontraron testimonio alguno sobre la presencia del bailarín porteño en los salones de la sede papal.
El periodista Abel Curuchet publicó en 1923 un artículo en el que resume las muchas conversaciones que mantuvo con Aín y que nos permite conocer un poco más acerca del personaje. “Es en realidad un hombre simpático que habla a grandes voces, ni joven ni viejo –decía el cronista-, que tendrá a lo sumo cuarenta años. De mediana estatura, viste con corrección aún cuando su elegancia es escasa. Al saber que soy cronista y que desconozco su obra y su prestigio, el hombre se desvive por ponerme al corriente de su vida”.
Contaba “el Vasco”: “Yo me dediqué al baile por casualidad. Fue una aventura de muchacho curioso y bohemio. Mi primera salida del país fue allá por 1903. No sabiendo qué hacer en Buenos Aires, me embarqué sin rumbo en un vapor que me condujo a Inglaterra. Estuve un mes en Londres y de allí pasé a París. Con dos amigos comenzamos a recorrer los bares y cabarets, con una guitarra raída y miserable y un violín destartalado, formamos un terceto errante y pintoresco. Yo comencé a bailar el tango criollo. El éxito que tuvimos fue rotundo, empezamos a ganar dinero a granel. De París fui a España…
z vasco an 2Casimiro recordaba que “En 1913, deseoso de conquistar fama y fortuna, hice mi segunda salida de la patria. En el vapor Sierra Ventana, partimos a la aventura, yo y tres muchachos amigos. Uno de ellos pianista, el otro cargaba su violín y el tercero con un bandoneón. (se refiere a Ferrer, Monelos y Loduca, viaje que fue costeado por Ramón Alberto López Buchardo, importante personaje de la sociedad porteña).
“Llegamos a Bulogne Sur Mer y ni bien desembarcamos tomamos el tren rápido a París que llegó a las doce de la noche. Era una noche de un invierno cruel y lo primero que decidimos fue marchar a Montmartre. Encontramos el primer cabaret y nos metimos, estaba rebosante de gente. Y llegado el momento nos metimos con lo nuestro, atrajimos al público que nos tiraba unos francos, tantos que los cuatro vivimos muy bien durante un mes. Hubo suerte, porque aquel cabaret era el “Princesa”, famoso luego cuando en manos de Manuel Pizarro se transformó en “El Garrón”. «También anduve por Dinamarca, Alemania, Rusia y Portugal. Por el momento no creo que regrese al Viejo Mundo. Aquí he reunido una fortuna respetable que me permite vivir rodeado de comodidades. Además están mi familia, mi madre, mi esposa y mis hijos”.
Aín vivió otra vez en Argentina desde 1930 y partió al otro mundo a los cincuenta y ocho años, desde su ciudad natal, el 17 de octubre de 1940.

martes, 15 de octubre de 2013

Carlos Bahr, uno de los grandes poetas del tango por Manuel Adet


La primera vez que oí hablar de Carlos Bahr fue en un local nocturno que entonces funcionaba en un callejón vecino a la actual Plaza del Soldado. Esa noche estaba Alfredo Belussi y cantó “Muriéndome de amor”. Todavía me parece recordar la escena, la penumbra algo azulada, la barra del local, los hombres acomodados con su copa en la mano, el cigarrillo y alguna dama en las cercanías, Belussi de traje gris haciendo de las suyas y sobre todo esa estrofa: “Hay algo siempre en tí que me provoca, hay algo siempre en mí que me apasiona y en medio de los dos la furia loca que enciende la pasión de nuestras bocas...”. Pregunté por el autor de la letra y allí supe de la existencia de Carlos Bahr.

No terminan allí los recuerdos. Algunos años después, un amigo lo menciona para probarme que en el tango también había tipos de izquierda. Según sus palabras, en 1936 Bahr se sumó a las famosas brigadas internacionales que fueron a pelear a España contra el fascismo. Como se dice en estos casos, el hombre se fue en aprontes, porque no pudo aprobar un examen médico y quedó varado en Montevideo, pero, también como se dice en estos casos, la intención estuvo.

Después lo fui conociendo porque no había manera de eludirlo. “Mañana iré temprano” es una de las grandes letras del tango. Él es el autor y la música es del violinista Enrique Francini. El tango se estrenó en agosto de 1943 y esa noche en el escenario se lucieron Osmar Maderna en el piano, Armando Pontier con el fueye y Francini en el violín. La interpretación estuvo cargo de Raúl Iriarte. El público de los años cuarenta disfrutaba con frecuencia de esos privilegios exclusivos y envidiables.

A “Mañana iré temprano”, lo cantó luego Oscar Serpa, acompañado de la orquesta de Osvaldo Fresedo, pero el que lo instaló definitivamente en el bronce fue Julio Sosa, cuando lo grabó en 1961 con la orquesta de Leopoldo Federico. La historia que cuenta este poema es muy triste, desoladoramente triste, pero está muy bien contada. “Desde hace un mes estoy postrado, cuantos domingos que me extrañas, y hoy es tu día bien amada, te faltarán mis flores y no estaré a tu lado”. Él está enfermo por lo menos desde hace un mes y ella ha muerto, tal vez hace seis meses. ¿Por qué murió ella? ¿Por qué él está enfermo? El poema no lo dice, pero la buena poesía se hace con esos silencios, con esas preguntas sin respuestas.

Si José María Contursi entró por la puerta grande del bolero con “Sombras nada más”, Carlos Bahr lo hizo con “Pecado”. La música es de Francini y Pontier y el tema fue grabado por Rodolfo Lesica y la orquesta de Alberto Di Paulo. En el mundo del bolero, “Pecado” fue interpretado por Los Panchos, cuando atravesaban su mejor momento. También se le animaron Caetano Veloso y Betanhia. El poema valía la pena. “Yo no sé si este amor es pecado que tiene castigo, si es faltar a las leyes honradas del hombre y de Dios. Sólo sé que me aturde la vida como un torbellino, que me arrastra y arrastra a tus brazos con ciega pasión”, y ese final, “aunque sea pecado te quiero, te quiero lo mismo, aunque todo me niegue el derecho, me aferro a ese amor”.

Valgan los fragmentos de estos poemas para advertir que estamos ante un poeta magnífico, un escritor que domina los recursos de su oficio, un creador en el sentido más justo de la palabra.

Carlos Andrés Bahr nació el 15 de octubre de 1902 en el barrio de la Boca, en una modesta casa de la calle Almirante Brown y murió el 23 de julio de 1984. Como la mayoría de los habitantes de Buenos Aires de principios del siglo XX, era hijo de extranjeros. Su padre, Augusto Bahr, había nacido en Hamburgo y su madre, Colette Dierken, era francesa.

Según se cuenta, cuando en 1914 se inició la guerra, don Augusto, que era propietario de un barco ballenero, decidió ponerlo al servicio de Alemania y, dicho y hecho, cruzó el Atlántico para cumplir con su promesa. Nunca más se supo algo de él. Desapareció del mapa y hace unos años su nieto intentó hacer algunas averiguaciones, pero todo en vano. Ausente el padre, los problemas económicos de la familia se agravaron. Apremiados por las necesidades, se trasladaron a Bernal. Ya para entonces, Carlos había ganado la calle por su cuenta, afición que nunca abandonó.

Callejero y escritor, ésa es la fórmula que en su juventud mejor lo podría definir. Y a decir verdad, escribir a Bahr le gustó desde siempre. Se dice que alguna vez publicó unos cuentos que se perdieron en el aire; también se dice que cuando estaba inspirado escribía estrofas para las murgas del carnaval del barrio. Lo cierto es que con los años la calle y la lectura lo fueron fogueando. Mientras tanto, se ganaba la vida con lo que le salía al cruce. Fue vendedor, empleado, cadete. Los oficios fueron diversos, pero poeta fue siempre. Por vaya uno a saber qué motivos, en aquellos años un muchacho de la calle no necesariamente se degradaba o era ganado por la delincuencia. Bahr en ese sentido fue un ejemplo. Se formó como un autodidacta, a los ponchazos, leyendo de prestado, preguntando y aprendiendo. Debe haber poseído una inteligencia notable y una voluntad de hierro, para que antes de los treinta años dominara tres idiomas, el alemán, el francés y el italiano, además del español, al cual lo trabajaba con la delicadeza y la pulcritud de un artista.

Ya para principios de los años treinta, Bahr era un personaje conocido en la bohemia nocturna de la ciudad. En sus itinerarios nocturnos se relaciona con poetas, músicos y cuenteros. Poco a poco, con esfuerzo y talento, comienza a ganarse su lugarcito en un ambiente donde nunca fue fácil entrar. En Radio Porteña conoce a quien será primero su novia y luego su esposa: Lina Ferro con quien se casará en 1942 y tendrá dos hijos. Carlos Alberto e Inés María.

También en esos años inicia sus célebres duplas con músicos talentosos. Uno escribe el poema y el otro le escribe la música. La primera sociedad la forma con Alfonso Gagliano. “Cuentas viejas” es una creación de esos años. La otra gran sociedad es con Roberto Garza. “Fracaso” y “Maldición”, estrenados por Mercedes Simone, pertenecen a ese período. En 1938 gana un concurso de milongas organizado por Sadaic. El poema se llama “Milonga compadre”. En mayo de ese año lo graba Pedro Laurenz con la voz de Juan Carlos Casas.

O sea, que al iniciarse la década del cuarenta, Bahr es un poeta muy bien calificado por sus pares. Para esa época inicia su dupla con el pianista Mario Sucher, dupla que al juicio de sus biógrafos es la más productiva. Temas como “Muriéndome de amor” y “Nada más que un corazón”, se escriben en esos años. También gana la calle el tema “¿Dónde estás?”, con ese inicio tan triste y resignado. “Todo es en mi vida una mentira que te niega y que suspira por volverte a acariciar”

Tal vez uno de los poemas más difundidos y trascendentes de esos años, fue “Soledad la de Barracas” interpretada en su momento por Tita Merello. “La cosa fue por Barracas, la llamaban Soledad, no hubo muchacha más guapa, Soledad la de Barracas que me trajo soledad”. Otro tango conocido es “Corazón no le hagas caso”, para no mencionar “Prohibido”, con música de Manuel Sucher. Hay que escucharlo. “No es culpa si la vida en sus designios cruzó nuestros caminos al andar, ni es culpa si este amor que está prohibido, ha entrado en nuestras almas sin llamar”.

La poética principal de Bahr gira alrededor de la soledad, la muerte y el dolor. Los temas son difíciles, porque la trampa de los lugares comunes y la sensiblería están a la vuelta del camino. Bahr elude con elegancia esas celadas y escribe, lo hace con sobriedad, pulcritud, sin caer en sentimentalismos cursis o en golpes bajos. Por lo menos, es lo que hace con los poemas que trascendieron, porque también se debe decir que en alguna que otra ocasión el hombre cedió a las presiones del mal gusto y la venta fácil.

Como no podía ser de otra manera, alguna vez fue convocado para el cine. El responsable fue Leopoldo Torres Nilsson, con “La Tigra”, basada en un texto de Florencio Sánchez. La película se terminó de filmar en 1954, pero recién pudo proyectarse diez años más tarde. Trabajaban allí Duilio Marzio, Diana Maggi y Elcira Olivera Garcés. Bahr y Sucher participan en el film con un poema que lleva el mismo nombre de la película. Nobleza obliga, hay que decir que la película es mala sin atenuantes, pero el poema de Bahr merece ser leído.

martes, 1 de octubre de 2013

Pablo Giussani, recordado autor de Montoneros la soberbia armada

Pablo Giussani nació en Oruro, Bolivia, en 1927. A los doce años se radicó en la Argentina.
Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires y desde los veintiséis años se dedicó al periodismo. Fue fundador y director de la revista Che a principios de los 60, redactor de la agencia The Associated Press en Buenos Aires (1964-1973) y Nueva York (1977-1978), secretario de redacción del diario Noticias (1973-1974) y columnista político de La Opinión (1974-1976). Debió exiliarse en octubre de 1976. En Roma fue editor y luego jefe de redacción de la agencia Inter Press Service. Regresó al país en 1984, para hacerse cargo de una columna diaria en La Razón. Colaboró en el diario Tiempo Argentino y en las revistas Expreso, El Ciudadano, Humor y Noticias. En 1984 publicó Montoneros. La soberbia; en 1986, Los días de Alfonsín; en 1987, ¿Por qué, doctor Alfonsín?; y en 1990, Menem, su lógica secreta. La última fecha que consigna el inconcluso Diario de mi muerte es el 30 de setiembre de 1991. Murió el 1 de octubre de ese año

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