miércoles, 11 de marzo de 2015

Oreste Omar Corbatta, un ídolo

“No me pasés la pelota que no la veo”, le dijo Oreste Omar Corbatta a Raúl Oscar Belén antes de un crucial partido de Racing Club frente a Estudiantes de La Plata. La estrella del equipo había llegado al estadio de Avellaneda con una curda fenomenal y la legendaria Tita Mattiussi lo recibió con un baldazo de agua fría para tratar de apaciguar los efectos del alcohol. No pudo. El Loco estaba demasiado borracho como para comprender la charla técnica y todo lo que sucedía a su alrededor. Sin embargo, tenía que jugar. Corbatta era demasiado bueno como para quedarse afuera por un simple exceso. Sin ver la pelota, marcó dos goles. Imagínense lo que hacía cuando la veía.
Es el máximo ídolo de la historia de Racing y uno de los jugadores más queridos de todos los tiempos en el fútbol argentino. Un crack romántico, un wing que definió a todos los demás wines, un hombre que no sólo marcó una época: creó una manera de entender el juego. Corbatta tenía habilidad, precisión, gambeta, picardía y personalidad. Cuando tomaba contacto con la pelota, sólo se desprendía de ella cuando él lo decidía. Era imposible marcarlo sin pegarle. Se ganó el apodo de Loco no por sus conductas fuera de la cancha, sino por su forma de jugar. Hacía siempre lo contrario a lo que la lógica indicaba y en cada una de sus actuaciones dejaba algo para el recuerdo.
Antes de un encuentro contra Ferro Carril Oeste, con la camiseta de Boca, un fotógrafo le dijo: “Dale Corbatta, jugá que te saco una foto”. Es que muchas veces el Loco no tenía demasiadas ganas de jugar y su cara y su actitud eran muy transparentes como para ocultarlo. “Si me sacás una foto, juego”, le respondió. El reportero asintió y entonces Corbatta agarró la pelota, gambeteó a cuatro rivales y convirtió un golazo. “¿Y, me la sacaste?”, preguntó. “No me diste tiempo, recién preparo el rollo”, contestó su amigo ocasional. Eso provocó el enojo del crack, que se quedó parado al lado de su línea y no tocó más la pelota en todo el partido.
Muchos dijeron que Corbatta fue “el Garrincha argentino”, pero algunos que vieron jugar a ambos afirman que Oreste era igual o mejor que Mané. De todos modos, no tiene sentido crear una rivalidad. Fueron contemporáneos y entre ambos crearon una identidad: la del wing. Futbolistas de apariencia frágil, flacos, chuecos y hasta un poco deformes. Pero increíblemente talentosos. Locos por su forma de afrontar la vida, genios por su manera de jugar, felices por lo que transmitían en la cancha y desdichados por lo que vivían fuera de ella. Quizás la raza de futbolista más querible que hubo jamás.
“Creíamos por error que se llamaba Comesaña. La rompió y le hizo hacer dos tantos al Turco Balassanián, goleador de la tercera. Varios años después supimos que el marcador de punta rival, severo defensor, era el tucumano David Iñigo, que después compartiría plantel de la Selección con él”, afirmó hace tiempo en una entrevista a la agencia Télam el ex defensor Héctor Bono, el primer gran amigo de Corbatta en Racing. Dos mil personas fueron a ver el debut de la nueva estrella en la Academia. Es que ya se venía hablando de un flaquito que era un fenómeno. El flaquito no decepcionó a nadie.
Corbatta nació en un pueblito bonaerense llamado Daireaux, pero creció en La Plata junto a sus ocho hermanos. Su padre murió cuando él era un niño y su madre decidió trasladar a la familia a la capital de la provincia. Su niñez fue dura, como la de muchos cracks del fútbol argentino, que encontraron en la pelota una salida a la pobreza y un sitio de pertenencia. Oreste no fue a la escuela y era analfabeto, algo que lo avergonzó durante toda su vida. A pesar de eso, siempre llevaba consigo un diario, como si fuera un recordatorio de su carencia. Su primer acercamiento al fútbol profesional fue en Estudiantes, donde jugó en sexta división y quedó libre tras una lesión en el tobillo. “Se olvidaron de él”, contó Julio Venini, futbolista del equipo platense.
Deslumbró en Juverlandia de Chascomús un par de años, hasta que lo encontró un enviado de Racing Club. Todos en el pueblo conocían su talento y a nadie le sorprendió que poco después el crack de barrio que era imparable en los potreros brillara en las canchas de primera división. Debutó en 1955 y dos años después formó parte de una de las Selecciones más recordadas de todos los tiempos: la de los Carasucias en el Sudamericano 1957 que le ganó 3-0 a Brasil en la final. La delantera sale de memoria: Corbatta, Maschio. Angelillo, Sívori y Cruz.

Ese año, además marcó el mejor gol de su carrera, que también es un hecho trascendental para el periodismo mundial. Fue en un partido frente a Chile disputado en la Bombonera, por las Eliminatorias para el Mundial de Suecia 1958. Gambeteó a dos rivales, luego al arquero y cuando estaba por definir, espero la llegada de otro defensor, le amagó y volvió a hacerlo pasar de largo. Entonces, definió tranquilo, con los dos chilenos mirando desde el piso. Fue una acción maravillosa, que no necesitó del paso del tiempo y del boca en boca para ganar brillo. Porque la prestigiosa revista estadounidense Life publicó una foto de la jugada en su portada. Fue la primera y única vez que eligieron al fútbol para ilustrar la tapa.
El ex defensor de River Federico Vairo cuenta una anécdota que describe a la perfección su personalidad, pícara y honorable a la vez: “En una ocasión, ni bien empezó el partido se me había parado al lado mío y se me quedó ahí, lo que ya me ponía nervioso. De pronto me miró y me dijo ¿Cómo anda tu madre?… ¿y de la vida de tu hermana qué es? Yo le respondí ¡Callate y jugá!… Cuando termine el partido nos vemos afuera si tenés algo que decirme… Con eso se calló la boca y me dejó de embromar. Tras finalizar el encuentro, mientras nos estábamos duchando golperon la puerta del vestuario. ¡Era él que me venía a buscar! Salí con toda precaución… y vi que quería charlar conmigo en serio, venía a invitarme al vestuario para tomar algo porque cuando intentó hacerlo inicialmente en el campo me había enojado”.
Jugó siete años en Racing, hasta 1962, año en el Alberto J. Armando pagó una cifra récord para llevarlo a Boca: 12 millones de pesos. En la Academia fue dirigido por Juan José Pizzutti, quien le puso el apodo de Arlequín. Fue amado por todos en Avellaneda y hasta hinchas de Independiente se hicieron socios del clásico rival para disfrutar del fútbol de Corbatta. En Boca mostró sólo destellos de su magia, como en una ocasión en la que marcó tres goles a Vélez. En 1965 pasó a Independiente Medellín y cuatro años más tarde volvió a Argentina para jugar en San Telmo. Se retiró en 1974, jugando para Tiro Federal de Río Negro.
Es el máximo ídolo de la historia de Racing y uno de los jugadores más queridos de todos los tiempos en el fútbol argentino. Un crack romántico, un wing que definió a todos los demás wings, un hombre que no sólo marcó una época: creó una manera de entender el juego.
Además de ser el máximo ídolo de la historia de Racing y un jugador emblema para los románticos, Corbatta fue uno de los futbolistas que más se destacaron en la Selección Argentina. Fue el único que se salvó del desastre de Suecia en 1958, tiene el récord de presencias consecutivas en la Selección (27) y marcó 18 goles internacionales. Después del subcampeonato en 1930 y la participación fallida en 1934, el equipo nacional estuvo 24 años sin jugar una Copa del Mundo. Cuando regresó, el símbolo era Oreste Corbatta. El resultado de la excursión sueca fue pésimo, pero su huella con la Albiceleste también es imborrable.
No le gustaba entrenarse, llegaba tarde y muchas veces los entrenadores no lo ponían. Pero era imposible tenerlo en el banco de suplentes por lo que significaba su presencia y porque la hinchada iba a la cancha a verlo a él. Entonces, siempre terminaba jugando, sobrio o borracho. En una gira de Boca por Europa, Carmelo Simeone era el encargado de vigilarlo de cerca. Él decía que cuando estaba cerca, el Loco no tomaba. Ingrata sorpresa se llevó el Cholo cuando se dio cuenta de que abajo de su cama había una pila de botellas de cerveza vacías.
A pesar de su fama de calavera y amante de la noche, Corbatta no era lo que se dice un galán. Lo costaba mucho entablar conversación con las mujeres y él mismo admitió más de una vez su mala suerte con el sexo opuesto. Su primera esposa fue “una chica de la calle” que le presentaron sus compañeros y de la que él se enamoró perdidamente. Luego tuvo tres matrimonios más. “Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo”, afirmó alguna vez.
Otra de sus grandes virtudes era el lanzamiento de penales. “En los penales, los mataba a todos. Nunca me ponía de frente a la pelota, siempre de costado. Le pegaba con la cara interna del pie derecho y en el medio, con un golpe seco. Además, agachaba la cabeza para que el arquero no adivinara dónde iba a tirar y en cambio yo veía todo lo que él hacía. En cuanto se movía era hombre muerto… De 68 me sacaron solo 4″. Durante el Mundial 58 jugó una apuesta con Amadeo Carrizo: 50 penales, si el arquero sacaba diez o más, ganaba. Con todo el plantel y el cuerpo técnico como espectadores, el Loco marcó 49 y el otro lo estrelló en el palo… quizás a propósito.
“¿Sabés por qué no podían sacarme la pelota? Porque ella no se quería ir de mi lado. Otras cosas sí me sacaron, pero la pelota no”. Oreste Omar Corbatta, uno de los futbolistas que hizo feliz a más gente, murió pobre y abandonado por aquellos a los que les hizo ganar fama y dinero. Vivió sus últimos días en una piecita en la cancha de Racing, lejos de todo lujo pero cerca de lo único que marcó su vida: la pelota.

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