jueves, 6 de diciembre de 2012

ANECDOTAS DE CARLOS GARDEL



El hecho de que Gardel en oportunidades no pronunciara la N en algunas canciones y la trocara por R obedecía a los medios rudimentarios mecánicos de grabación de los discos: con la energía de la propia voz se hacia vibrar una membrana que hacia incidir una púa en una rosca sin fin que grababa sobre el disco matriz de pasta. La voz era conducida desde una bocina donde el cantor de esos tiempos introducía prácticamente toda la cara y un caño la llevaba hasta la púa. Eso hacía necesario consonantes fuertes, ya que las débiles no alcanzaban a dejar la huella en el disco.  Targo en vez de Tango se debe a eso y no a un defecto de pronunciación como han llegado a afirmar algunos de sus biógrafos.
 Esta anécdota fue corroborada por Francisco Canaro y por Cátulo Castillo.  En Barcelona (aunque Canaro escribió que fue en Madrid), parece que el Zorzal se hacía lustrar los zapatos siempre por el mismo muchacho.  Una tarde, bajo el bronceador sol de la Hispania, Gardel chifló despreocupadamente el comienzo del tango "Silbando" con la misma melodía que se aprecia en las dos grabaciones que dejara.  El lustrabotas quedó extasiado.
-¡Qué bien silba, señorito don Carlos!
-Ma' qué silbo... Es un pito, pibe...
El muchacho aprovechó la confianza que le regalaba Gardel para preguntarle:
-Dígame usted... Perdone la curiosidad... ¿Qué se coloca en el cabello, para tenerlo así de reluciente y bien peinado?
El Zorzal se juzgó humorista y le contestó:
-No se lo batas a nadie... ¡Dulce de membrillo!  Probalo, es un fenómeno.
-¿Jalea, dirá usted?
-Eso es, Jalea.  Pero tiene que ser de la buena.
A la tarde siguiente volvió Gardel por la parada del lustrabotas.  Tenía el pelo que parecía un caso morocho, a lo Louise Brooks.
-¿Viste, pibe, qué bien te queda?  ¡Parece que me hiciste caso!
-Sí, señorito, es verdad... Pero debe de haber algún misterio, porque a usted las moscas no le hacen nada, y en cambio a mí... Vea... ¡No me dejan vivir!


 El día que Gardel grabó "Madreselva" era primavera, pero parecía un verano dentro del estudio de la compañía Odeón.  Naturalmente, no podía ponerse un ventilador.  El aire acondicionado no existía, y los músicos de la orquesta estaban empapados en sudor.
Gardel no aguantó más y se quitó el saco.  Después, el chaleco.  Después de después, la camisa, que seguramente lo asfixiaba.  Luego la camiseta, el pantalón y las medias.
Por último, el calzoncillo.
El Zorzal quedó sólo con los zapatos y con los anteojos que usaba para leer la pequeña tipografía de las partituras.
Justo entonces apareció en la sala de grabación el técnico, un alemán "austero y cabrero", al decir de Canaro.
-¡Pero, señó Gardel, qué quiegue decir esto...!
Gardel le respondió.
-Esto quiere decir, viejito, que no tanto hacerte el estrecho, que  mí me han pasado el santo que vos en Alemania eras "una mandarina"...
La orquesta estalló en una carcajada.  El alemán, a punto de estallar él también (pero en otro sentido), se fue ligero y sin saludar.






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