miércoles, 28 de mayo de 2014

Luis César Amadori

El teatro y el cine fueron sus pasiones, constituyeron su oficio y también su medio de vida. Durante casi cincuenta años perteneció por talento a lo que se consideraba el mundo de las estrellas de entonces. Entreverarse en el territorio del cine y el teatro en aquellos años significaba comprometerse necesariamente con el tango. Además, Luis César Amadori era simpático, entrador y, lo más importante, sabía escribir, era un hombre de lecturas y preocupaciones literarias.
Supe de él en un debate acerca de la autoría del tango “Confesión”. Mi amigo sostenía que Amadori era el autor; yo afirmaba que era Discépolo. Los dos perdimos la apuesta, porque después nos enteramos de que ese formidable tango había sido escrito por los dos.
“Confesión” es un tango discepoliano desde la primera a la última letra. No hace falta leer la firma para saber que está en la misma línea de “Infamia”, “Secretos” o “Quien más quien menos”. La pregunta a hacerse en todo caso es la siguiente: ¿Cómo se puede escribir un tango tan personal entre dos personas? La respuesta no admitía dudas: el autor era Discépolo y Amadori se había prendido en los detalles o en algún procedimiento menor.
Es lo que pensaba hasta que escuché por la voz del Negro Alfredo Belussi el tango “Cobardía”, que sí estaba escrito del principio al fin por Amadori: “Yo sé que es mentira, todo lo que estás diciendo, que soy en tu vida sólo un remordimiento, yo sé que es de pena, que mentís pa no matarme, lo sé y sin embargo sin esa mentira no puedo vivir”. La conclusión era previsible: un tipo que escribe un poema de esa calidad no es un poeta menor o un simple acompañante.
Después lo escuché a Julio Sosa en “Quien hubiera dicho” y “Rencor”. Y a Charlo interpretando “Olvido”. Con esos antecedentes no hizo falta que luego me enterara de que Carlos Gardel le había grabado cinco tangos, entre los que se destacan “Madreselva” y “Fondín de Pedro Mendoza”.
Particular mención merece el tango “Portero suba y diga”, un tango que a mi tío le encantaba en la versión de Agustín Magaldi, aunque también merecen escucharse las versiones de Belussi, Argentino Ledesma y Ricardo “Chiqui” Pereyra. La escena es conocida. El hombre lo interpela al portero del edificio para que suba y le diga a la mujer que está trabajando en una “garsoniere” que él allí la espera, que no se va. Y hay una estrofa muy bien escrita: “Y diga a esos maulas, sotretas sin nombre que aquí hay un hombre si tienen valor, y dígale amigo que aquí yo la espero, que aquí yo me muero por ella de amor”.
Estos tangos fueron escritos entre 1928 y 1936. Son tangos cuya música pertenecen a Francisco Canaro, Luis Rubistein, Rodolfo Sciammarella, Enrique Delfino y Charlo, compositor, por ejemplo, de “Tormento”. Algunas letras están escritas en compañía de otros poetas. Es el caso que ya comentamos de “Confesión”, pero también de “Desencanto” o “Alma de bandoneón”. Una sociedad parecida establece con Ivo Pelay, para escribir en 1929 “Fondín de calle Mendoza”.
Se trata en la mayoría de los casos de letras destinadas a animar una pieza teatral o algún espectáculo de revista. De todas maneras, basta prestar atención a los poemas para coincidir en que estamos ante un poeta que trasciende al mero letrista de revistas que entre acto y acto improvisa alguna estrofa pintoresca más o menos rimada.
“Rencor”, por ejemplo, un tango escrito en 1932 y musicalizado por Charlo, tiene una estrofa antológica: “La odian mis ojos porque la miraron, mis labios la odian porque la besaron la odio con toda la fuerza de mi alma y es tan fuerte mi odio como fue mi amor” Para después rematar con “No repitas nunca lo que vi a decirte, rencor tengo miedo de que seas amor”.
Presten atención que tanto en “Cobardía” como en “Portero suba y diga” o “Rencor”, se narran historias de amores frustrados, historias en donde el fracaso del amor se confunde con la lástima, el odio o el resentimiento. El amor como una trampa, una tragedia, un destino doloroso. O el amor como una fatalidad a la que el hombre le resulta imposible renunciar.
Esta parece ser la constante en los poemas de Amadori. “Tormento”, está en esa misma línea: “Será verdad lo que dice la gente, que andás por ahí tirando mi cariño, será verdad que así cobardemente, te entretenés burlándote de mi querer. No puedo creer que seas tan poca cosa, que te olvidés que yo te he dao mi vida, será verdad que mi ilusión la más querida, me ha de fallar yo no lo puedo creer”. Se trata de un tango escrito en 1934 con una excelente versión de Charlo.
“Madreselvas en flor” posee otra estructura, pero se mantienen las mismas obsesiones. La evocación de la vieja pared se relaciona con la niñez, la pobreza y las lágrimas del primer amor. Después los años pasan con sus penas y desengaños. De amor y de los otros. “Así aprendí que hay que fingir para vivir decentemente, que amor y fe mentira son y del dolor se ríe la gente. Hoy que la vida me ha castigado y me ha enseñado su credo amargo, vieja pared con emoción me acerco a vos y te digo como ayer”.
Y si en la primera estrofa la madreselva es un testigo del primer amor, en la última estrofa ya no hay esperanzas. “Madreselvas en flor que me vieron nacer y en la vieja pared sorprendieron mi amor, tu humilde caricia es como el cariño primero y querido que nunca olvidé. Madreselvas en flor que trepándose van en tu abrazo tenaz y dulzón como aquel, si todos los años tus flores renacen, ¿por qué ya no vuelve mi primer amor?”. Gardel grabó este tango en 1931, pero la versión de Libertad Lamarque de 1938 es inolvidable.
Luis César Amadori nació en la localidad italiana de Pescara, el 28 de mayo de 1902. Llegó a la Argentina cuando tenía cinco o seis años de edad. La escuela primaria la cursó en Ballester, y el bachillerato con los hermanos Salesianos. Estudió Medicina en Córdoba durante dos años. Los rumores dicen que fue uno de los protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918. Nada de esto está confirmado. Lo seguro es que mantuvo una buena amistad con algunos dirigentes del movimiento reformista y, muy en particular, con Enrique Barros y Gumersindo Sayago.
De todos modos, las tentaciones de la vida nocturna y la bohemia intelectual pudieron más que la fantasía de los padres de tener un hijo doctor. Iniciados los años veinte Amadori ya está entreverado en el mundo del periodismo y el teatro. Ha renunciado a su empleo de practicante en el hospital para trabajar de cronista en el diario Última hora. Después lo hará en Caras y Caretas y en la revista Plus Ultra. En 1926 es director del teatro Cervantes. Se dice que quien lo introdujo en el mundo de las tablas fue Ivo Pelay, con quien luego compartirán responsabilidades en el Teatro Comedia, donde organizarán las temporadas de revistas.
Si Pelay lo apadrinó en el teatro, diez años más tarde Mario Soffici lo hará en el cine. Su primera película es de 1936. Se trata de “Puerto nuevo”, donde actúan José Gola y Pepe Arias, y cantan Sofia Bozán y Charlo. La dirección de “Puerto nuevo” es compartida con Soffici.
Amadori filmó alrededor de setenta y ocho películas. Lo hizo en la Argentina hasta 1955, y después, perseguido por sus relaciones con el peronismo, se exilió en España donde filmó algunos sucesos taquilleros con Sarita Montiel como “La violetera” y “El último tango”.
En el cine nacional hay coincidencias en admitir que su gran película fue “Dios se lo pague”, filmada en 1947 y estrenada en el Gran Rex en marzo de 1948. Allí trabajan Arturo de Córdoba y la esposa de Amadori, Zully Moreno. “Dios se lo pague” trascendió las fronteras locales y fue elegida para participar en el Oscar.
Luis César Amadori murió el 5 de junio de 1977.

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