martes, 13 de diciembre de 2011

Cafés de Buenos Aires

Los cafés porteños siempre formaron parte de la estructura sociológica de la ciudad, estuvieran en pleno centro o en la esquina de cualquier barrio. Los tiempos y las costumbres han cambiado casi tanto como ellos, que se metamorfosearon hasta convertirse en algo distinto a lo que eran, o desaparecieron. Aún resisten algunos de la vieja guardia. Para los otros sólo queda el deber de la memoria.
Los bares de Buenos Aires tuvieron una especie de vida propia que reflejaba lo que sucedía afuera, más allá de las ventanas. Mujeres (buenas y "malas"), amigos, el barrio, discusiones políticas, el último clásico corrido en Palermo, los goles de Labruna, literatura o tango eran tema corriente. También, como dice Discépolo, las mesas del boliche eran ideales para llorar una tarde cualquiera el primer desengaño, ese que fatalmente siempre se produce. Herederos de viejos establecimientos coloniales como El café de los catalanes, que abrió en 1979 en la actual esquina de Perón y San Martín, o el Café de Marco, ubicado en la ochava de la Santísima Trinidad y San Carlos (Bolívar y San Martín) -donde tipos como Bernardo de Monteagudo o Juan José Castelli desparramaban pasiones patrióticas en los años de la Revolución de Mayo-, los cafés se multiplicaron del centro a los barrios. Cuentan que la hinchada de San Lorenzo paraba en el antiguo Café Dante, que estaba en Boedo 745. Del otro lado de la ciudad, en la Boca, las crónicas hablan de El Bar de la Negra Carolina (una morena que había nacido en Nueva Orleans), sitio que en realidad se llamaba "The Droning Maud", en cuyos rincones se instalaban marinos de todo el mundo. De acuerdo al relato de Jorge Bossio ("Los cafés de Buenos Aires", editorial Plus Ultra), una noche Carolina Maud atendió a un sujeto de extraños cabellos rubios y "extranjeros" ojos celestes, que perdía el tiempo acomodado en una pequeña mesa arruinada por las sucesivas quemaduras de cigarrillos. El hombre no era otro que Jack London, escritor que se haría conocido a través de libros como "Colmillo Blanco" o "Martin Eden", su autobiografía. Alguna vez también pasó por allí Eugene O`Neill, dramaturgo norteamericano ("El emperador Jones", "A Electra le sienta bien") que ganaría el Premio Nobel de Literatura en 1936. Ninguno de los dos volvió a caminar por la calle Pedro de Mendoza, y la Negra murió en el Hospital Argerich en 1927.


Cada vez más lejos de su propia historia, los cafés de Buenos Aires han sufrido una violenta metamorfosis a partir de la década del `90. Muchos ya habían desaparecido, mientras que otros aún permanecen transformados en otra cosa. Modernidad mediante y con personalidades difusas, todavía funcionan bares tradicionales como La Academia, la Premier, El Estaño, el Politeama, el Bar Suárez o La Paz, escondidos tras montañas de plantas (los parroquianos hasta pueden dudar entre pedir un cortado o un potus…), mozos enfundados en chalecos multicolores bien pegaditos al cuerpo, paredes color pastel y lámparas dicroicas. Parecen todos remodelados por el mismo arquitecto.
La ideal, Suipacha 380, permanece en cambio casi como en 1912, cuando se inauguró: sus pocillos saben que cualquier modificación sustancial hará olvidar
que por allí pasaron Alfredo Palacios, Hipólito Yrigoyen o Eva Perón. Las Violetas, lugar que Leopoldo Torre Nilsson eligió para filmar algunas escenas de "La mafia", no tuvo la misma suerte. Cerró en 1998, dejando un tanto huérfana a la esquina de Rivadavia y Medrano durante por lo menos tres años, pues en enero de 2001 comenzaron los trabajos de restauración del edificio En junio estaba nuevamente en funcionamiento. No pasó lo mismo con la confitería El Molino, que desde 1905 funcionaba frente al Congreso Nacional o con el mítico Los Angelitos de Rivadavia y Rincón , hoy demolido.
Las malas lenguas dicen que ya han expoliado gran parte de sus vitrinas, sus mesas, su vajilla. El Extraordinario Tortoni sigue abierto como si nada pasara, en Avenida de Mayo al 800, igual que hace cien años (y hasta tiene página en Internet!!). Sus sillas todavía parecen estar esperando al poeta Raúl González Tuñón o a Carlos de la Púa, de vuelta de la redacción del diario Crítica. "Yo espero milagros -escribió Alejandro Dolina-. Milagros constantes y sonantes, no metáforas metidas a prodigio. Por eso elegí estas mesas, Tortoni. Aquí cuando un hombre vuela, es que araña el cielorraso".
Afuera, en los barrios, todavía queda tiempo para imaginar la madrugada o para recordar el sabor de un viejo cigarrillo Saratoga. En Mataderos, en el Bar Oviedo (en la esquina de Avenida de los Corrales y Lisandro de la Torre) aún se habla de cuando Nueva Chicago jugaba en Primera y de la goleada a Boca en cancha de Vélez, la noche en que el Vasco Otermín jugó como nunca en la vida. Frente al Parque Lezama, en Brasil y Defensa, el Británico como aquellos días de 1928. Se puede jugar al ajedrez y tomar un café que se enfría despacito de tanto mirar por la ventana. Dicen que allí Ernesto Sábato garabateó los primeros manuscritos de Sobre héroes y tumbas. En el centro sólo La Giralda ha permanecido inmutable, con sus mozos vestidos de blanco; no es un "pizza-café" como sus "aggiornados" vecinos y tampoco es posible describirlo como acogedor o inhóspito, pero tiene algo de clásico, algo que lo distingue: no hay caminante de la calle Corrientes que al menos una vez por invierno no se detenga en él para disfrutar de un memorable tazón de chocolate caliente, siempre acompañado de sus correspondientes churros.

Historias de tango y café

Así como El Nacional (Corrientes entre Carlos Pellegrini y Suipacha) era conocido como "la Catedral del tango" porque allí tocaron muchas de las mejores orquestas típicas, el Guaraní de Corrientes y Esmeralda tenía todas las noches una mesa reservada para Carlos Gardel y José Razzano. Pascual Contursi solía parar en el Rafeto, de Corrientes y Paraná, mientras que Anibal Troilo era habitué del Café El Ateneo, (Perón y Carlos Pellegrini), al que también podía llegar Homero Manzi.
Los ejemplos, que podrían continuar, reflejan una relación íntima entre poetas y músicos con el café -toda una institución porteña-, que casi de manera natural se transformó en tango. Buenos Aires es una de las pocas ciudades que se ha dado a sí misma una música particular que la diferencia de otras (tal vez ambas se distingan mutuamente), aunque parece injusto no incluir a toda la cultura del Río de la Plata en este fenómeno. El tango, sin olvidar pasiones, nostalgias o amores perdidos, también se ocupó de los cafés.
Además del clásico "Cafetín de Buenos Aires" (letra de Enrique Santos Discépolo y música de Mariano Mores, grabado por primera vez por la orquesta de Osvaldo Fresedo el 20 de julio de 1947 con la voz de Osvaldo Cordó), otros tangos saludaron al café, a su idea y a su significado. Al tango "Café de Los Angelitos" (Cátulo Castillo y José Razzano), lo cantó por primera vez Alberto Marino, con la orquesta de Anibal Troilo en 1944. Dice: "Café de Los Angelitos/bar de Gabino y Cazón/yo te alegré con mis gritos, en los tiempos de Carlitos/por Rivadavia y Rincón". Otros, como "Amurado", hablan de un sitio que sin dudas existe en algún lugar del alma, pero que la letra (de José de Grandis) no especifica: "¿O será porque me cruzan tan fuleros berretines, que voy por los cafetines a buscar felicidad?". "Tres esquinas" se incluye dentro de la misma tradición. Antes de tener letra (escrita por Enrique Cadícamo en la década del `40) se llamaba "Pobre piba". La orquesta de Angel D`Agostino, autor de la música, lo grabó en 1941 y, si bien no menciona ningún café en particular, se inspira en uno que había en las calles Cruz y Montes de Oca, donde existía una estación del viejo Ferrocarril Sud, que daba nombre al cafetín. Gardel grabó en 1929 el tango "Lloró como una mujer" (Celedonio Flores y José María Aguilar) que decía "Allá como a la semana me pediste pa` cigarros; después pa` cortarte el pelo, para ir un rato al café", línea en la que se pueden mencionar otros como "Cafetín" (Homero Expósito), "Muchacho del cafetín" (Homero Manzi) o "Café La Humedad" (Cacho Castaña). Un poco más cerca en el tiempo Héctor Negro y Eladia Blázquez le pusieron letra y música a otro tango muy conocido, "Viejo Tortoni". Ruben Juárez, con el acompañamiento de Raúl Garello, fue el primero en grabarlo en diciembre del `80: "Viejo Tortoni, refugio fiel/de la amistad junto al pocillo de café./ En este sótano de hoy la magia sigue igual/ y un duende nos recibe en el umbral…".
En un boliche medio desvencijado de Quintino Bocayuba y Belgrano la gente se reúne junto a las mesas de fórmica grises y gastadas para ver el partido de los domingos a la tarde. Juegan Racing y San Lorenzo. Héctor Benedetti, músico erudito y autor de varios libros sobre tango, piensa en voz alta y dice que entre los cafés que cerraron, los que cambiaron demasiado y las pocas monedas que tienen en los bolsillos, los tangueros casi no tienen donde ir. Justo por la TV se nota que en Avellaneda había comenzado a llover. Al final empataron 1 a 1.

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