martes, 13 de diciembre de 2011

Evaristo Meneses, un comisario que se convirtió en leyenda


Es curioso: el comisario Evaristo Meneses nació el 26 de octubre de 1907, en un pueblo llamado Cuatreros(HOY GRAL CERRI, BAHIA BLANCA). Justo él, que se convertiría en un infatigable cazador de ladrones.
Treinta años en la Policía Federal le bastaron para transformarse en mito. Fue, seguro, el policía más reconocido de su tiempo; quizás, como ningún otro antes o después. Cosechó cientos de recomendaciones especiales de jefes de policía, jueces y funcionarios del Poder Ejecutivo.
Mucho se habló de sus métodos policíacos, de su mano "pesada" o de una cierta tendencia a dirimir los tantos a balazos. Pero incluso los ladrones a los que perseguía y apresaba, casi como deporte, aseguraban que Meneses era incorruptible y que nunca les hacía "comer un garrón".
El hombre de la calle, la gente común, lo querían. En el bajo Flores, donde vivía, los vecinos lo pedían como jefe de policía.
Estudió en Uruguay, y ya de chico el destino le hacía anuncios. Una vez, una maestra le preguntó qué era para él la policía. Meneses contestó: "Un gallo". Justo el símbolo de la Policía Federal, a la que entró el 2 de enero de 1934, como ayudante de tercera.
Detective, pero no de novela
De físico imponente, manos como adoquines y cara chata, se lo recuerda como una mezcla de los detectives Sam Spade, Dashiell Hammett y Philip Marlowe, de Raymond Chandler. Pero él, que fue protagonista de historieta en la desaparecida revista Fierro, de la mano de Sampayo y Solano López, decía que lo único que tenía en común con Marlowe era el gusto por el café con crema.
De traje gris oscuro o negro, siempre peinado a la gomina, con su "funyi", el cigarrillo en la mano y su 45 siempre pegada a la pierna derecha, lista para volar a la mano.
Dicen que logró triunfar sobre el hampa porque conocía como pocos la naturaleza humana. Creía que muy pocos ladrones se regeneraban. Pero que no era imposible. A muchos de los que encerró les ayudó a conseguir un trabajo decente. Meneses explicaba: "A lo mejor se cruzan con una mina piola y deciden andar por la buena..."
Desterró la costumbre de detener a gente por su aspecto. Una vez hizo soltar a un hombre cuando vio que tenía los zapatos rotos. "Lo menos que debe hacer un buen ladrón es afanarse un par de timbos . Acuérdense: los delincuentes de verdad andan en coche, bien trajeados y con las uñas lustradas", decía a los suyos.
Si lo acusaban por la presunta dureza de sus métodos para atrapar ladrones, repetía: "Mi picana es el lápiz. Los chorros le tienen miedo a la condena porque saben que conmigo no hay arreglo". Pero a la hora de actuar, no aceptaba dobleces: "Hay que enseñar a disparar lo menos posible. Pero, si es necesario, no hay que errar", era una de sus máximas.
Fue el artífice de los cinco años dorados de la mítica Robos y Hurtos, entre 1957 y 1962, la época dorada de las bandas de pistoleros con nombre y apellido. Meneses atrapó a la mayoría. Muchas veces lo hizo solo, y a mano limpia. Así, cayeron bajo su implacable tenacidad Jorge Villarino -el Rey del Boleto-, Manuel "Lacho" Pardo, El Loco Prieto, José María Hidalgo, el Mono Paz, Juan José "Pichón" Laginestra, Pérez Gris... Pocos se le resistieron.
Cinco años, 1117 robos esclarecidos. Ese fue su récord. Pero le hizo ganar enemigos puertas adentro. Todos sabían que los envidiosos lo obligaron a retirarse a fines de 1964.
Así el mito se volvió investigador privado. Juraba: "Sólo agarro los casos que me gustan".
Con más tiempo libre, se dedicó a la pintura. Y sus manos, otrora duros "adoquines", se volvieron dóciles con pinceles y acuarelas. Nunca los recuerdos de las sórdidas noches porteñas se colgaron de sus lienzos. Sólo había lugar para esos bucólicos paisajes de campo que, de algún modo, lo hacían regresar a su viejo Cuatreros de principio de siglo, como en un círculo que se cierra.
El comisario inspector Evaristo Meneses murió solo y casi sin un peso. Fue el 26 de mayo de 1992. Tenía 84 años. Fue enterrado con honores en el Panteón Policial de la Chacarita. Se había ido el hombre. Pero no se extinguió su leyenda.
lo conocí al Pardo Meneses como le decían los hampones. Una o dos veces por semana aterrizaba en el boliche donde nos juntábamos con la barra, para hablar de minas, carreras, fútbol y jugábamos al billar y al tute cabrero.
Caía de madrugada, tipo dos de la matina y se ubicaba en una punta de la barra del Landon Grill, en la esquina de Avenida del Trabajo y Varela, pleno Bajo Flores. Si algún perejil estaba sentado en el lugar, apenas entraba el comisario, se levantaba y le dejaba su lugar favorito. Llevaba la matraca calibre 45 en la cintura y al sentarse en la barra, la ponía sobre el mostrador de la misma, tapada con el diario. Si se venía a jugar a las cartas la metía debajo del muslo.
Tenía físico robusto y empilchaba de prima, trajes oscuros negros o grises y por ahí se floreaba con algún marrón o beige, que hacían juego con camisas blancas o celestes y corbata finita al tono.
Siempre andaba con sombrero tipo los que lucía Frank Sinatra en las películas de los años 50 o 60.
Los ojos entrecerrados eran de color celeste oscuro y tenía una voz firme, enérgica y aunque hablaba poco porque era retraído, su tono era cálido si entraba en confianza. No transaba con nadie, fueran políticos o influyentes del poder.
Para él había dos bandos: Buenos y  Malos.
No llegó a jefe de la Federal por no arreglar con los políticos de turno. El pueblo lo amaba y lo respetaba.

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