lunes, 5 de noviembre de 2012

Mi amigo José Razzano por Angel Olivieri


                
Corría el año 1895 y José Razzano, siendo todavía un pibe, llegaba desde su Montevideo natal con sus ilusiones y su guitarra. Venía a Buenos Aires para transitar un camino difícil, rumbo que él ambicionaba desde lo más profundo de su corazón: llegar a ser mediante el canto el protagonista de su propio destino, construir el futuro de su vida, triunfar en Buenos Aires.
Su espíritu inquieto y emprendedor lo llevaba a superar cualquier escollo en su camino de progreso hacia la meta que estaba seguro de lograr.
Razzano fue un predestinado, ya que ni él mismo hubiera podido adivinar o soñar en aquella época lejana que algún día iba a entrelazar su vida artística a la de Carlos Gardel y que llegaría a cultivar una amistad sincera con personalidades antológicas del arte popular, como lo fueron Andrés Cepeda o José Betinotti. Fue un hombre que se adelantó a su tiempo; a los 15 años formó un trío junto a Francisco Martino ySaúl Salinas y en 1902, el primer conjunto profesional de música y canto que actuaba en Buenos Aires. Fue dueño de una calidad humana sensacional; era un hombre cariñoso, cordial y responsable, tenía un concepto muy elevado de la amistad, ya que cuando llegaba el momento de jugarse por un amigo no lo pensaba dos veces.
Era gran amigo de mi tío César de Pardo, pianista del Cuarteto Vocal Buenos Aires, por lo que fueron muchas las ocasiones que llegaba con él a mi casa y cenaba con nosotros. La conversación siempre rondaba los mismos temas: Gardel, el tango, el dúo, el análisis de la calidad de las obras en boga en aquella época lejana y las condiciones y personalidad de intérpretes importantes y compositores de jerarquía que ellos admiraban.
Yo asistía a esas espontáneas charlas donde desfilaban en el comentario desapasionado y lúcido la admiración y el respeto por los valores que personificaban en ese momento lo más puro para un pueblo que se identificaba con ellos y los hacía suyos en la profunda valorización del tango que vivía en su alma y su vida cotidiana.
Fue Don Pepe Razzano el compañero ideal para acompañar a Gardel, el socio que necesitaba; su personalidad, su experiencia, su inteligencia en el manejo de todo lo relativo a actuaciones de radio, teatro o cine y en el arreglo de contratos que debían cumplir; su capacidad negociadora simplificaba o disimulaba cualquier desencuentro que pudiera malograr la posibilidad de progreso artístico de los dos. Su conocimiento del ambiente y su habilidad en los negocios lo llevaban a resolver cualquier desavenencia, lo mismo que el profundo conocimiento de los hombres que competían por hacerse un lugar en el ambiente artístico en esa época difícil.
Razzano era emprendedor, audaz y tenía una visión progresista de la vida. Esa vocación de progreso lo llevaba a intentar escalar posiciones y llegar a conquistas impensadas en niveles a los que otros no pudieron acceder nunca.
Me quedan de él y de esas tertulias un recuerdo imborrable, ya que significaron para mi espíritu el privilegio de vivir y compartir esos momentos idos y también su disposición generosa de brindar a todos una amistad sincera y leal.
Razzano fue un referente valioso para varias generaciones de autores y compositores y era consultado por mucha gente vinculada con la actividad musical. Estuvo 20 años junto a Gardel, compuso con él alrededor de 100 temas, algunos de mucha repercusión entre los seguidores del tango y de la actuación estelar de Gardel.
Su experiencia, fogueada en una lucha tenaz, fue un norte para los que llegaban después, con quienes él generosamente la compartía. Desde los comienzos, Gardel encontró en él el rumbo de su propio éxito y de su propia vida, representaba algo así como un padre que, con sus conceptos y recomendaciones, fue guiándolo y protegiéndolo de los peligros que acechaban a los que todavía no estaban preparados para eludir el peligro de la inexperiencia o la improvisación.
La historia cuenta como se firmó el primer contrato que los ligaría al famoso cabaret Armenonville. Ese día Razzano trató las condiciones que iban a regir en el contrato del dúo, conviniéndose que la dirección del cabaret les pagaría por noche la suma de setenta pesos. Razzano se lo comunicó a Gardel y éste, asombrado, le preguntó: «¿Dijiste setenta pesos por mes?» «¡No! Por noche». Gardel, todavía sin poder creerlo le contestó: «Yo por esa plata soy capaz de lavarles los platos».
En otra oportunidad iban a firmar un contrato teatral importante. Estaban sentados alrededor de una mesa los administradores del teatro y el dúo Gardel-Razzano. En un momento dado el dueño del teatro les dice que en homenaje al éxito de sus actuaciones les ofrecían renovar el contrato pagándoles el 20% de las recaudaciones. Gardel tomó la lapicera para firmar pero Razzano le hizo señas para que no firmara. Discutieron un largo rato hasta que finalmente firmaron por el doble. Gardel llegó a asegurar que la sola presencia de Razzano le infundía seguridad y confianza.
Pero no todo fueron rosas para Razzano y, pese a ser «el amigo de todos», hubo gente que no pudo aceptar su triunfo, encubriendo el propio fracaso con calumnias e infamias. Quizás el odio, la envidia o el resentimiento anularon la mente y los sentimientos de quienes cayeron en la bajeza de querer destruir a un hombre que, a fuerza de sacrificios, desvelos y lucha alcanzó sus aspiraciones más soñadas.
Pero él lo sobrellevó todo, supo comprender y disimular los golpes, y la tristeza que vivió no pudo desviarlo de su concepto de amistad hacia todos manteniendo su personalidad y su conducta durante toda su trayectoria.
Mi recuerdo de él será imborrable, ya que me brindó una sincera amistad. Sembró con su generosidad los cimientos mismos de la colección que llegué a reunir. Fue testigo y protagonista de una época de oro junto a Carlos Gardel y, de su valiosa experiencia, yo extraje las enseñanzas que me ayudaron a formar mi propia personalidad de coleccionista gardeliano. A veces el éxito o el fracaso de alguna misión que se propone un hombre dependen pura y exclusivamente de los buenos amigos que tenga cerca, de la honradez de los que lo acompañaron en su obra. Razzano me puso el hombro y me brindó su corazón, vayan para él mi recuerdo y agradecimiento.

 














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