viernes, 16 de noviembre de 2012

Monumento a los Taxistas


Alrededor de 38.600 “techos amarillos” recorren a diario la Ciudad de Buenos Aires conducidos por personas que ofrecen un servicio de transporte público esencial y que, a partir de hoy, tienen su monumento en la plazoleta de la Avenida De los Italianos, en Puerto Madero.
En la actualidad hay al menos 70.000 taxistas porteños que trabajan entre 12 y 14 horas diarias, aunque sí sólo son choferes, la tarea se alarga para poder hacer una diferencia económica ya que por día abonan alrededor de $420 el alquiler del auto.
“Hay muchos prejuicios pero aquí hay de todo, como sucede en todos los oficios. Yo, por ejemplo, no escucho la radio que la gente piensa que los taxistas oímos. Más bien te diría que trato de poner música”, cuenta  Alejandro, más conocido como “el Gallego”, quien desempeña este oficio desde hace cuatro décadas.
Fundador junto a otros colegas de la parada de “Chacarita”, el hombre arrancó en este oficio cuando su papá, que compraba chatarras, adquirió un Chevrolet de 1940, con volante a la derecha, que era un taxi.
“En lugar de que lo desarme yo lo agarré y me puse a dar unas vueltas, no tenía necesidad pero me divertía. Durante estos 40 años hice otras cosas pero siempre volví al taxi porque te da mucha libertad. Es como el primer amor”, bromea “el Gallego”, que hoy tiene 70 años.
Osvaldo, compañero de parada de Alejandro y chofer desde inicios de los 70, tampoco escucha radio, sino que prefiere “poner un cd para relajar un poco porque uno anda sobre una selva de cemento”.
“No es que tenga vocación -repasa- pero este trabajo da una gran libertad. Yo trabajé en relación de dependencia y me daban bronca ciertas injusticias. Acá vos sos el dueño, tu propio jefe”.
Por su parte, José señala que “mucha gente, cuando le decís tu profesión, te mira como fracasado. Yo elegí ser taxista porque me gusta, me encanta andar en la calle, hablar con la gente. Es como el vendedor”.
Sin embargo, los tiempos cambiaron y también su relación con los clientes. “Antes había pasajeros que se sentaban adelante y vos ni le ponías el reloj. Ahora no tenés ni idea quién sube. Además, yo recuerdo que siempre uno iba hablando, en cambio hoy la gente está de mal humor y entonces o está en silencio o insulta”, dice “el Gallego”.
La profesión de taxista experimentó en los últimos años cambios en la modalidad de trabajo a partir de la introducción de las empresas de radiotaxis y la concentraciones de grandes flotas de vehículos en manos de empresarios.
El comienzo de la actividad de taxis en Buenos Aires data del siglo XIX, cuando se creó la primera ley de patentes para los carruajes de alquiler, en el año 1860.
La normativa, que permitió el emplazamiento del monumento, también menciona que el origen del término “tachero” proviene del francés Maurice Tachon`s, el primer fabricante de los relojes que llevaban impreso su nombre. Sin embargo, José sostiene que “este término deriva de que los antiguos relojes eran como un tacho”.
Cualquiera sea su origen, los choferes dicen sentirse más cómodos cuando los llaman “taxistas”. Incluso “el Gallego” sostiene que los “tacheros” son quienes desempeñan mal el oficio.
La imagen del taxista tuvo además un ícono en el imaginario popular de la mano de Rolando Rivas, aquel personaje de telenovela encarnado por Claudio Garcia Satur, en le década de los setenta.
“El tachero es el que no le para a la señora con un cochecito o a una persona con silla de ruedas, el que te afana con el viaje o el que te echa cuando llevás a un pasajero a Retiro”, ejemplifica.
Hasta 1967, los taxis que circulaban por la Ciudad podían estar pintados de cualquier color, pero ese año se dispuso una norma que indicaba que todos debían tener la carrocería pintada de negro en la mitad inferior y de amarillo en la superior.
El monumento, fue donado por el Sindicato de Peones de Taxis a la Ciudad de Buenos Aires que lo instaló en la plazoleta de la avenida de los Italianos y Macacha Güemes.
La escultura, realizada por el artista Fernando Pugliese con un polímero que simula bronce, representa a un taxista calvo y de bigotes acodado sobre el techo de un taxi del clásico modelo Siam Di Tella.
"Elegimos que el auto sea un Siam Di Tella porque fue el modelo de auto que marcó a los taxis porteños, y decidimos darle al taxista una impronta de canchero bien porteña, porque el taxista es eso, y es un poco filósofo y un poco psicólogo del pasajero también", agregó.
Antes de subir al siguiente viaje, “el Gallego” entrega una última anécdota: “Un día estaba volviendo a casa y paré en la estación a cargar gas, yo vivo en Tortuguitas y la estación estaba ahí nomás de la Panamericana y allí había una señora con dos chiquitos que nadie quería llevar porque iba para La Boca”.
“Entonces -evoca- yo ofrecí llevarla. Llegué más tarde a mi casa pero ¿sabés qué cena que me comí? Me sentía tan bien. Eso para mí es entender este trabajo como un servicio, y hay muchos compañeros que también laburan así”.

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